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Kevin Spacey reabre la encrucijada: ¿debemos separar al artista de su obra?

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Kevin Spacey se ha sumado a la única lista de celebridades de la que nadie quiere formar parte en Hollywood. Dice que no se acuerda de la noche en la que intentó abordar sexualmente a un muchacho de 14 años en su propia casa, pero tampoco ha sido capaz de negarlo.

También ha reconocido que es gay en lo que parece un intento de usar su sexualidad como cortina de humo y cebo para los carroñeros. Y lo peor es que lo ha conseguido.

Pero las piruetas de su asesor de imagen no servirán para borrar esta mancha en su reputación. ¿O sí? Hoy llueven las críticas sobre Kevin Spacey, igual que hace poco lo hicieron sobre Harvey WeinsteinJames Toback y el fotógrafo Terry Richardson. La siguiente incógnita es si tendrán secuelas a nivel profesional. Es más, ¿las queremos?

Después de la condena pública, llega el examen de conciencia. El lunes, muchos se apresuraron a aclarar que seguir siendo amantes de House of Cards o Medianoche en el jardín del bien y del mal no significa comulgar con lo que hizo Spacey. Otros, en cambio, pidieron abiertamente a Netflix que prescinda del actor a partir de ahora. Unas reacciones que abren por enésima vez el debate sobre la separación entre la vida privada del artista y la calidad de su obra. 

Por un lado, clamamos que los actos de Kevin Spacey tengan represalias, aunque, en el fondo, esperamos que Netflix no cancele la sexta temporada de House of Cards. O que Woody Allen siga cumpliendo con sus estrenos anuales. Una encrucijada eterna en la que solo cambian los protagonistas del cartel: Cassey Affleck, Picasso, Polanski o el rapero R. Kelly han salido indemnes, pero la lista es interminable.

Luis García Tojar piensa que la diferencia entre estos casos y los más actuales radica en las redes sociales. "Los medios y las campañas en redes han generado una especie de panóptico donde todos estamos sobreexpuestos al escrutinio ajeno", dice el sociólogo y Doctor en Ciencias de la Información.

"Situar a la persona antes que la obra tiene consecuencias positivas y negativas: por supuesto la denuncia de delitos es positiva, pero la desaparición de la obra de arte no me lo parece tanto", argumenta el profesor.

Admite que algunos de sus escritores favoritos "no me son simpáticos como personas o incluso me parecen tipos detestables", como es el caso de Vladímir Nabokov o Louis Ferdinand Céline, "pero eso no me impide valorar Lolita o Viaje al fin de la noche como novelas extraordinarias. ¿Acaso es Kevin Spacey hoy peor actor que ayer?".

Pero hay quienes no consiguen dibujar una linea tan clara entre el creador y su obra. "Que alguien sea un artista más o menos bueno o de éxito no le exonera de responsabilidad moral en su conducta privada", defiende Laura Freixas, fundadora de Clásicas y Modernas.

La escritora piensa que, detrás de la idea abstracta de la separación, existe una pregunta que pocos se atreven a formular directamente: "¿El hecho de que alguien sea muy buen director de cine o muy buen artista como Picasso, debería hacernos olvidar, perdonar y borrar su conducta privada, inmoral o poco ética? Mi respuesta es que no", asevera.

Según ella, esto ha sido y continúa siendo un recurso que utilizan las personas privilegiadas para permitirse conductas que no toleraríamos en el resto. "No creo que la calidad artística tenga que dar una patente de corso. Y tampoco veo por qué las personas que van a parar a las manos de estos señores -porque suelen ser señores- deban aceptar su sacrificio en nombre del arte", opina Freixas.

Tojar, sin embargo, cree que en el devenir de los años ha crecido la conciencia de delito y la vigilancia sobre las figuras públicas. Aunque siempre hay excepciones. "Desde los comienzos de la industria, Hollywood gozó de un clima de libertad que incluía, entre otras cosas, cierta permisividad en los comportamientos privados, lo cual generó innumerables polémicas. No por casualidad surge allí la crónica rosa como género periodístico", explica.

"En los años dorados, todo el mundo sabía, por ejemplo, que Errol Flynn era un 'libertino', pero eso no le impedía ser una estrella. O, en tiempos más recientes, ni siquiera una condena penal contra Roman Polanski le ha impedido seguir haciendo películas", compara el profesor. El caso del director polaco subraya la opinión de Freixas acerca de que el tiempo no ha sido suficiente para rendir cuentas con las víctimas ni para endurecer la condena pública.  

La justicia popular

Algo en lo que coinciden tanto el profesor como la ensayista es que la censura no es la solución. "La conciencia del delito ha crecido y las posibilidades de denuncia son mucho mayores. Esto es un fenómeno sociológico interesante y que anuncia cosas positivas, por ejemplo el empoderamiento de las mujeres, pero también otras menos positivas, como cierto tiempo de intolerancia que se nos viene encima", teme Tojar.

Al respecto, Freixas piensa que se debe diferenciar entre la conducta privada del artista y el contenido ético de la obra. A diferencia de lo primero, lo segundo es punible. "Una cosa es la conducta privada del señor Nabokov, que no sé si era o no un pedófilo, y otra la obra Lolita, que personalmente me parece una apología de la pederastia, el maltrato y la violación", ejemplifica.

Distinto es, según ella, que el público condene a título personal la obra del artista como rechazo a los escándalos. "Es más una cuestión de sensibilidad que de leyes", y pone de ejemplo al cantante Bertrand Cantat, que mató a su novia a puñetazos. "Hay gente que no quiere comprar discos o asistir a conciertos del asesino de Marie Trintignant. Yo lo entiendo y lo comparto. No voy a ir jamás al concierto de un asesino", asegura Freixas.

"No pido que se prohíban, pero pienso que si más gente tuviese la misma actitud, esos conciertos no se contratarían. Sería un tema de salud pública", dice proyectando su solución ideal. La de Luis García Tojar es precisamente la contraria. "Lo deseable sería que, con el tiempo, alcanzáramos a valorar por separado la obra y el artista y nos habituásemos a tolerar que ambas no tienen por qué coincidir. ¿Por qué nos empeñamos en que una realidad anule a la otra?", se pregunta.

"Denúnciense todos los delitos y paguen sus responsables las penas que determine la ley. Más aún: que las denuncias combatan también las culturas de opresión, como el machismo. Pero no volvamos a la Inquisición. La distinción entre esfera pública y privada es una conquista de la democracia. No renunciemos a ella", termina el profesor universitario.

Unas palabras que, para la escritora Laura Freixas, suscriben "esa idea de separar al artista de la obra, que aunque se plantea de una forma muy abstracta, en realidad se traduce en una carta blanca, una patente de corso, una absolución moral que me parece injustificada".


Dylan Farrow carga de nuevo contra Woody Allen (II)

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Con la creciente popularidad de la nueva película de Woody Allen, volvió la polémica. Dylan Farrow, la hija adoptiva del director neoyorquino y su exmujer Mia Farrow, ha redactado una carta abierta en la que relata los supuestos abusos sexuales a los que la sometió su padre cuando era una niña. Allen, cuya Blue Jasmine sigue acumulando nominaciones como los de la próxima gala de los Oscar, ha vuelto a negar las acusaciones, como ya hizo en 1992. La carta ha sido publicada por The New York Times.

Con su misiva, Dylan ha querido hacer reaccionar a un público y a un Hollywood que hizo oídos sordos a las duras acusaciones. Les acusa de colaboradores, de que "fuera más sencillo aceptar la ambigüedad" y que llegasen a suponer que había sido coaccionada por su madre o que tenía un trastorno, antes de creer la palabra de una niña de 7 años. Así, su comienzo "¿cuál es su película favorita de Woody Allen?", apela directamente a todos los que alguna vez han aplaudido, premiado o trabajado con su padre adoptivo y supuesto agresor.

"¿Qué pasaría si hubiera sido tu hija, Cate Blanchett? ¿Louis CK? ¿Alec Baldwin? ¿Y si hubieses sido tú, Emma Stone? ¿O tú, Scarlett Johansson?", llama la atención la joven sobre algunos de los últimos colaboradores de Allen. "Diane Keaton, tú me conociste cuando yo era una niña. ¿Me has olvidado?". Keaton, primera mujer de Woody Allen, fue una de las defensoras a ultranza del director y, según Dylan, "un testimonio vivo del modo en el que nuestra sociedad falla a los supervivientes de asaltos sexuales y abusos".

Una historia recurrente

La publicación llega después de que su hermano Ronan Allen, único hijo biológico de la pareja -aunque Mia Farrow ha dejado entrever en varias ocasiones que podría ser hijo del cantante Frank Sinatra-, acusase a los Globos de Oro de haber premiado a Woody Allen e ignorar los supuestos ataques a su hermana. Pero esta no es una exclusiva, el tema lleva dando la vuelta al mundo desde hace dos décadas. La última vez, la joven Dylan expuso su caso en la revista Vanity Fair.

Los sucesos referidos han conmocionado a todo el mundo por la forma en la que están narrados, sin caer en el morbo pero sin disimular el alcance. "Cuando tenía siete años -cuenta la carta- Woody Allen me tomó de la mano y me llevó a un oscuro desván en la segunda planta de nuestra casa. Me dijo que me tumbara boca abajo y que jugara con el tren eléctrico de mi hermano. Entonces abusó de mí sexualmente. Él me hablaba mientras lo hacía, susurrándome que era una buena chica, que ese era nuestro secreto y me prometía que iríamos a París y me convertiría en una estrella de cine"

Según la joven, que ahora tiene 28 años y ha formado una familia, los incidentes le provocaron graves trastornos que le costó superar. Desórdenes alimenticios, fobias a los trenes de juguete o ansiedad cuando veía cualquier producto de merchandising con la cara de su padre adoptivo. Como decíamos, no es la primera vez que los hechos salen a la luz, de hecho Mia Farrow ha declarado en numerosas ocasiones que esa fue la causa real de su separación con el cineasta. Aquella ruptura, que inundó pantallas, periódicos y portadas, culminó con la difusión de un vídeo por parte de Mia Farrow, en el que su hija confesaba los supuestos abusos. 

La columna solidaria

En su día, tras la publicación del vídeo, los tribunales no encontraron pruebas ni policiales ni médicas para inculpar a Woody Allen. El director negó su participación en los hechos y el mundo entero se posicionó hacia un lado o al otro, un cisma que ha vuelto a abrirse con la segunda explosión. Uno de los defensores del director de cine es el periodista Robert B. Weide, que publicó un artículo en The Daily Beast aclarando algunos puntos peliagudos. Weide dirigió un documental sobre Allen para la televisión pública norteamericana (PBS).

El comunicado se ha publicado en una sección de la edición digital de The New York Times dedicada a estos asuntos. El columnista Nicholas Kristof capitanea un blog especializado en temas de abusos sexuales a menores y trata de personas. Además de la carta, el periodista ha publicado una columna en la que contextualiza las razones por las que Dylan Farrow acusa de nuevo a su padre adoptivo.

Woody Allen lo niega todo

El cineasta tildó el pasado domingo de "falsas y vergonzosas" las acusaciones de su hija adoptiva. Leslee Dart, publicista de Allen, ha asegurado que el director responderá "muy pronto" ante la prensa y ha señalado que "los expertos determinaron que no había pruebas creíbles sobre los abusos, que Dylan Farrow no era capaz de distinguir la fantasía de la realidad y que probablemente había sido inducida por su madre, Mia Farrow". La publicación de la carta sorprendió a Allen en un partido de baloncesto y rehusó hacer declaraciones a los periodistas.

A la supuesta coacción de Mia Farrow también se refiere Dylan en su misiva, asegurando que se siente apenada porque la gente dé por supuesto que esto es una campaña de desprestigio liderada por su madre. La sociedad sucumbió al poder de una persona famosa, dice. "Había expertos dispuestos a atacar mi credibilidad. Había médicos dispuestos a hacer enloquecer con engaños a una niña maltratada". Pero añade que lo que más lamenta es que Allen tuviese la oportunidad de hacerle lo mismo a otras niñas.

¿Estamos ante la última película en la carrera de Woody Allen?

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En una de las fantásticas viñetas de Manel Fontdevila, Esperanza Aguirre se yergue inmaculada en medio de un lodazal. Un pobre diablo cubierto de excrementos hasta las cejas le pregunta, "¿cómo lo haces?", a lo que ella contesta socarrona, "¿lo qué?".

Si intercambiásemos a Aguirre por Woody Allen en los tiempos del me too, la viñeta sería totalmente reutilizable.

El huracán que se desató tras el caso Harvey Weinstein, y que ha arramblado con las carreras y reputaciones de quienes han sido acusados de acoso sexual, parecía que iba a pasar cerca de Woody Allen sin llegar a despeinarle. Pero todo eso ha cambiado en las últimas semanas. Ya lo predijo Fontdevila con Aguirre, porque ahora Allen se encuentra tan sumido en el lodazal como Kevin Spacey, James Toback, Louis C.K y tantos otros. Al menos así es para la parte de la industria que le está dando la espalda.

Este jueves, Dylan Farrow, la hija adoptiva de Woody Allen que le acusa desde 1992 de haber abusado sexualmente de ella cuando tenía siete años, ofreció su primera entrevista en televisión. Respondió con dureza a las palabras del director, que afirmó en un comunicado que nunca se había sobrepasado con la pequeña, "como ya concluyeron las investigaciones que se realizaron hace 25 años".

Dice que tanto ella como su madre, Mia Farrow, se están aprovechando de la ola del me too para sacar el asunto a la luz. La joven, sin embargo, lo ve justo al contrario y no concibe cómo Woody Allen ha podido salir indemne de toda la controversia.

No es la primera vez que Hollywood demuestra una doble vara de medir en los casos de violencia sexual. Ahí teníamos hace un año a Cassey Affleck contra Nate Parker. La palabra de la víctima contra el agresor muchas veces no es suficiente, mientras que en otras basta para que Netflix o Ridley Scott acaben con el más prestigioso de los actores.

Los profesionales que contribuyen con su silencio a que esto ocurra parecen haberse dado cuenta, por eso después del me too ha llegado el "yo te creo, Dylan". Y ya se han empezado a notar las consecuencias.

Sin defensores en sus filas

Mientras Woody Allen promocionaba su película Wonder Wheel y anunciaba la próxima para el año que viene, Un día lluvioso en Nueva York, apenas le cayeron unos cuantos dardos sobre las acusaciones de Dylan Farrow. Los más sonados fueron los lanzados por el presentador de los Globos de Oro, Seth Meyers: "Cuando escuché que La forma del agua iba sobre una mujer enamorándose de un hombre repulsivo, pensé que se trataba de una película de Woody Allen".

Después fue Greta Gerwig, ganadora del Globo por su ópera prima Lady Bird, y que colaboró con el director en A Roma con amor (2014). La actriz y directora sorteó el tema durante meses hasta que, el día de la resaca de los premios, admitió sentirse culpable por haber "incrementado el dolor de otra mujer" y se mostró arrepentida de participar en aquella película.

Aunque las palabras de Gerwig fueron especialmente perseguidas por su presencia en los premios, han sido muchos los que han declarado que nunca más volverán a colaborar con el neoyorquino. El último ha sido Colin Firth, que trabajó junto a Allen en Magic in the Moonlight (2013) y envió un mensaje a The Guardian el mismo día que Dylan Farrow aparecía en la televisión. Pero la situación se llevaba calentando desde 2017.

En noviembre del pasado año, Ellen Page declaró que su trabajo con Woody Allen en A Roma con amor le provoca un "gran remordimiento". Dos meses más tarde, el actor David Krumholtz tuiteó que trabajar con Allen en su última película, Wonder Wheel, era "uno de sus más dolorosos errores".

Los únicos actores que se han pronunciado a favor del cineasta son Kate Winslet y Alec Baldwin. La protagonista de Wonder Wheel salió del paso diciendo que "Woody Allen es, en gran parte, una mujer", por su delicadeza al tratar y al entender a sus personajes femeninos.

Baldwin fue menos sutil y disparó contra todos aquellos que están donando el sueldo de sus anteriores películas con Woody Allen. "Me parece injusto y triste. He trabajado con él en tres ocasiones y fue uno de los privilegios de mi carrera", dijo el actor de Blue Jasmine y A Roma con amor.

Esta práctica que señala Baldwin es, precisamente, la que ha hecho saltar las alarmas sobre el fin de la carrera del director de 82 años. ¿Será Un día lluvioso en Nueva York la última película de su larga filmografía? Parece razonable, pero no necesariamente.

Todas las veces que pudieron ser 'la última'

En 1992, el mismo año que Mia Farrow denunció a su marido por abusar de su hija adoptiva, Woody Allen estrenaba Maridos y mujeres, por la que recibió el Bafta y una nominación a los Oscar. Por aquél entonces, la maquinaria informativa estaba a años luz de la que llena las portadas hoy en día. Y, si bien fue un escándalo en la prensa, el fuego se apagó tan pronto como los investigadores infirieron que "Dylan Farrow no era capaz de distinguir la fantasía de la realidad y que probablemente había sido inducida por su madre".

Pero en 2014, Dylan Farrow publicó una carta abierta en The New York Times, donde relataba los graves trastornos que sufrió a raíz de los supuestos abusos y del olvido público. Esta vez, su hermano pequeño, el periodista Ronan Farrow, suscribía su versión y afeaba el aplauso generalizado que el mundo le estaba dando a Blue Jasmine, de nuevo omnipresente en los premios.

Cabe destacar que el joven se encargó de la investigación contra Harvey Weinstein que fue publicada en The New Yorker, cinco días más tarde que la de The New York Times, pero con el primer testimonio de violación: el de la actriz Asia Argento.

Farrow siempre ha estado comprometido con la acusación de su hermana en contra de su padre biológico, y eso le decidió a iniciar la búsqueda sobre el productor que relanzó la carrera de Woody Allen en los noventa tras la denuncia de abuso sexual.

Entonces, ¿qué nos hace pensar que esta vez será la definitiva? Dylan Farrow lleva sosteniendo la misma versión más de tres décadas, pero sus palabras nunca habían recibido tanta atención como ahora. Muchos apelaban a la investigación, otros a la presunción de inocencia y finalmente al renovado debate sobre si debemos separar al artista de su obra.  

Es cierto que, poco a poco, Woody Allen ha ido desapareciendo de los focos. Incluso en su adorada Oviedo se están planteando retirar la estatua de bronce del director, que se convirtió en un lugar de peregrinación para los amantes de su cine.

Pero quizá la acción más esclarecedora es la que están llevando a cabo casi todos los actores de su último filme, Un día lluvioso en Nueva York, que aborda la relación amorosa y sexual de un cuarentón casado (Jude Law) y una quinceañera (Elle Fanning).

Rebecca Hall, Timothée Chalamet y Selena Gómez han donado sus sueldos a la plataforma Time is Up contra las agresiones sexuales en la industria de Hollywood. Una iniciativa que coincide con la incendiaria investigación que publicó The Washington Post el 4 de enero titulada Leí décadas de notas privadas de Woody Allen, y está obsesionado con las adolescentes. En ella, el periodista detalla un patrón de obsesión del cineasta a través de los archivos que el propio Allen cedió a la Universidad de Princeton.

Teniendo en cuenta todo lo anterior, con las actrices (principalmente ellas) dando el paso para disculparse por su silencio y con el ojo del huracán pisando los talones al anciano director, Un día lluvioso en Nueva York podría ser la cuadragésimo octava y última película de su carrera. Sin embargo, le puede ocurrir como a James Franco. Acusado y redimido. Pero no nos olvidemos de las viñetas de Manel Fontdevila: antes de llover fango, siempre chispea. 

Gerda Taro, Robert Capa y los peligros de firmar con un seudónimo masculino

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Todo empieza y acaba en Robert Capa. Incluso la canción de Alt-J titulada Taro trata mayoritariamente sobre él, aunque Gerda fuese tan Capa como Endre Friedmann.

La figura de la fototógrafa ha salido estos días a la luz gracias a una instantánea que, sin embargo, no tomó ella. Podría tratarse de la única imagen que documenta los últimos minutos de vida de Gerda Taro. En ella, la joven yace con la nariz sangrante justo después de ser atropellada por un tanque el 26 de julio de 1937, en la batalla de Brunete. O, al menos, eso dictaminaron las redes.

Cuando John Kiszely subió una fotografía a Twitter para honrar la memoria de su padre, médico de las brigadas en la Guerra Civil española, no imaginaba que estaba a punto de compartir con el mundo un momento histórico. Para corroborar la versión del británico, muchos tuiteros le pidieron que publicase también el reverso de la foto, donde se puede leer "Mrs Frank Capa, Brunete". 

"El mensaje en el reverso fue escrito por alguien desconocido, probablemente el fotógrafo, y muy probablemente en una fecha posterior. Se refiere erróneamente a "la señora Frank Capa", una confusión evidente entre Robert Capa y el director de cine Frank Capra. De hecho, para ser claros, Gerda Taro no era la mujer de Robert Capa. Nunca estuvieron casados", contesta a este diario Jane Rogoyska, autora del libro Gerda Taro: inventing Robert Capa.

Si bien el nombre es incorrecto, el apellido demuestra que ella también usaba ese seudónimo durante su trabajo en el frente. Porque Robert Capa va mucho más allá del hombre que inmortalizó, o diseñó al milímetro, la Muerte de un miliciano. Robert Capa fue bautizado y existió gracias a su ánima femenina; y esa fue Gerda Taro.

Inventando al intersexual Robert Capa

Durante la Guerra Civil, las crónicas de la época mencionaban en ocasiones a una fotoperiodista apodada "el pequeño zorro rojo". Su edad (murió con poco más de 26 años), el color de pelo, su sonada belleza y su astucia para colarse entre los hombres y conseguir la mejor foto dieron forma a este mote.

Gerda Taro llegó a España porque su temperamento, tan conocido y admirado entre las filas republicanas, no pasó desapercibido en la Alemania nazi, donde se convirtió en presa del nacionalsocialismo. 

Taro nació como Gerta Pohorylle en Stuttgart el 1 de agosto de 1910, en el seno de una familia judía de origen polaco. Durante la República del Weimar, sus padres le imbuyeron de una ideología libertaria y una tendencia al activismo que le forzaron a emigrar a París en 1933 para mantenerse alejada de la lupa del káiser.

Allí, la joven Gerta repartió el tiempo entre los cafés de Montparnasse y su trabajo de secretaria en la agencia Alliance Photo. Los primeros le brindaron una buena agenda de contactos, pero fue en esas oficinas donde descubrió su verdadera vocación.

En una de estas reuniones, Taro conoció al hombre que le acompañaría hasta el final de su vida: el húngaro de ascendencia judía Endre Friedmann. El fotógrafo tenía madera de leyenda, pero le faltaban unos remiendos a nivel de imagen y estrategia que ella le confeccionó con soltura.

Su conocimiento de la industria era lo suficientemente amplio como para saber que dos veinteañeros judíos debían reinventarse a sí mismos si querían sobrevivir en una Europa antisemita.

Ella escogió Gerda Taro por su ortografía básica, fácil de pronunciar y su sonoridad parecida a la de Greta Garbo. Para él se inventó la identidad de Robert Capa, un rico fotógrafo estadounidense, muy exitoso y recién llegado a Europa. "Era importante que Capa, al ser un pez gordo, aceptase nada menos que el triple del precio actual de su trabajo", cuenta Jane Rogoyska.

Así se forjó un mito al que Taro no solo contribuyó con la idea del nombre y de los trajes caros, sino con su propio dominio detrás de la cámara, aunque tardase muchos años más en ser reconocido.

El pequeño zorro rojo

En aquel momento, España era el lugar ideal donde forjarse una buena reputación en prensa e incluso grandes fortunas, lo que decidió a la pareja a desplazarse hasta Madrid. En su caso, y a diferencia de otros más materialistas como Hemingway y Martha Gellhorn, les movió también la injusticia social, el antifascismo y sus ideales revolucionarios. Por eso la trinchera republicana de la Guerra Civil resultó ser el mejor de los destinos.

Durante años se extendió el rumor de que Gerda Taro se quedaba en las grandes ciudades, mientras que Endre (o Robert) trabajaba como un animal en el campo de batalla. Algo que, como dice Rogoyska, está muy lejos de la realidad. "En ningún caso fotografió más a niños o a otras mujeres. Ella estuvo tan presente en los escenarios de combate y en las operaciones militares como él", reivindica la escritora.

"Taro participó en gran medida en la Guerra Civil española. Era una apasionada y estaba muy preocupada por el sufrimiento del pueblo español. Era una especie de celebrity en Madrid, muy querida por los combatientes republicanos, quienes la apodaron Little Red Fox", cuenta Rogoyska. 

Gerda Taro solo usó el seudónimo compartido al comienzo de su estancia en España, ya que su compañero era el más conocido de los dos y les interesaba para vender las fotografías. Sin embargo, pronto comenzó a firmar sus propias instantáneas como Taro.

Aún así, y como descubrió la maleta mexicana en 2008, ella tuvo tiempo suficiente para disparar cientos de negativos como Robert Capa. Ese tesoro en forma de valija incluía más de 4.000 fotografías que ayudaron, décadas más tarde, a desligar la figura de Taro de la sombra alargada de su contraparte masculina. 

"Es difícil afirmarlo, pero es bastante probable que todavía hoy haya imágenes de Gerda Taro mal atribuidas a Robert Capa (el hombre)", se aventura Rogoyska. No en vano, Capa cubrió cinco guerras más tras la desaparición de su otra mitad y cofundó la influyente agencia Magnum antes de morir en 1954.

Invisibilizada por joven, mujer y comunista

Existen muchas razones por las que Gerda Taro no es tan conocida como se merece, a pesar de la maleta mexicana. "Una de las principales es que su carrera fue muy corta. Solo tomó fotografías de forma profesional al comienzo de la Guerra Civil, en agosto de 1936, y murió justo un año más tarde", dice Jane Rogoyska.

Después de su fallecimiento, una combinación de diferentes factores conspiró para hacerla invisible: el hecho de que la Guerra Civil fuese inmediatamente seguida de la Segunda Guerra Mundial; que Franco destruyese el trabajo muchos fotógrafos del bando republicano; y que su asociación con el comunismo, al menos en Occidente, no resultase interesante.

Rogoyska no cree que esta invisibilización, por tanto, se deba solo al hecho mismo de ser mujer. También destaca que, aunque la amó incondicionalmente hasta el final de sus días, Robert Capa no facilitó la labor de atribución.

Gerda Taro no fue ninguna amateur. Captó grandes instantes "lo suficientemente cerca", e incluso murió preocupada únicamente por el estado de sus cámaras. Para su biógrafa, "no solo era una fotógrafa talentosa, sino la primera fotoperiodista de guerra que murió en plena acción. Su historia es extraordinariamente dramática pero también sigue siendo relevante hoy en día", concluye.

Taro demostró la "solvencia" a corto plazo de firmar con un seudónimo masculino, pero también el riesgo de que tu legado vital sea engullido por el de un hombre con más medios, más publicidad y, sobre todo, con mucho más tiempo. 

La imagen que podría mostrar por primera vez el cadáver de la fotoperiodista de guerra Gerda Taro

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Gerda Taro murió el 26 de julio de 1937, mientras volvía de la batalla de Brunete en la Guerra Civil española. Cayó de su carro, un tanque la atropelló y provocó la primera muerte de una fotoperiodista en una guerra, pero no había imágenes que documentaran ese fallecimiento. Hasta ahora.

Un exmilitar británico, John Kiszely, publicó esta semana en Twitter una foto de su padre, que fue médico de las Brigadas Internacionales en la Guerra Civil, tal y como ha recogido Univision Noticias. "Acabo de desenterrar esta foto de un joven médico de las Brigadas Internacionales en la Guerra Civil española, en 1937: mi padre", dijo Kiszely, sin reparar inicialmente en el cuerpo al que atendía el doctor.

Fue un usuario de Twitter quien le respondió diciéndole: "John, creo que la mujer es Gerda Taro, la pareja del mítico fotógrafo Robert Capa. Murió cuando su coche chocó con un tanque mientras volvía de la Batalla de Brunete el 26 de julio de 1937. ¿Puede ser?". Entonces Kiszely respondió: "Sí. Detrás de la foto está escrito 'Mrs. Frank Capa, Brunete'. ¡Buen trabajo de detective!". Dos días después, el exmilitar publicó esa anotación.

Gerda Taro nació como Gerda Pohorylle en Alemania en 1910, de origen judío, y en 1933 huyó de su país a París. Allí conoció al fotógrafo húngaro André Friedman, se convirtió en su asistente y crearon el seudónimo Robert Capa, con el que firmaban trabajos de ambos.

La pareja documentó con sus impactantes imágenes la Guerra Civil española, sin que se pueda distinguir cuáles hizo él y cuáles son de ella. Cuando se distanciaron, Friedman siguió firmando como Robert Capa, mientras que Gerda Pohorylle adoptó el seudónimo de Gerda Taro. Fue una de las pocas mujeres fotoperiodistas en cubrir una guerra y la primera que murió en el frente, pero no podemos saber cuáles de las míticas imágenes atribuidas a Robert Capa fueron capturadas por ella.

Misterio resuelto: un audio del médico de la fotografía confirma que es Gerda Taro

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Toda buena historia necesita un colofón, y nada mejor que la prueba definitiva de que esa historia era cierta. Hace unas semanas, una foto de la Guerra Civil española dio la vuelta al mundo a través de Twitter.

El exmilitar británico John Kiszely publicó una antigua instantánea de su padre, médico de las Brigadas durante el conflicto, en la que atendía a una joven cubierta de sangre.

La red social enloqueció, ¿no se trataría de Gerda Taro? La fotoperiodista falleció en Brunete al ser atropellada por un tanque mientras trabajaba en el frente. Kiszely ni siquiera había reparado en el cuerpo, o en que podría estar ofreciendo al mundo un momento histórico.

Fue un usuario de Twitter quien le respondió diciéndole: "John, creo que la mujer es Gerda Taro, la pareja del mítico fotógrafo Robert Capa. Murió cuando su coche chocó con un tanque mientras volvía de la Batalla de Brunete el 26 de julio de 1937. ¿Puede ser?". Entonces Kiszely respondió: "Sí. Detrás de la foto está escrito 'Mrs. Frank Capa, Brunete'. ¡Buen trabajo de detective!".

La versión fue confirmada, aunque con escepticismo, por gran parte de los expertos en la figura de Taro como Jane Rogoyska, que afirmó que "es plausible pero necesita  investigación". Sin embargo, hace dos días TVE rescataba un testimonio del ahora célebre doctor Kiszely que ratificaría cualquier hipótesis. 

"Mirando hacia atrás, recuerdo con interés que llegó a mis manos una mujer herida, casi muerta, aunque no tenía ni idea de quién era ella. Descubrí más tarde que era la esposa del famoso fotógrafo Robert Capa", confirmó el propio Kiszely en 1992. El audio pertenecía hasta ahora al archivo privado del Museo Imperial de la Guerra de Londres, que lo ha hecho público a partir de las negociaciones con la cadena.

"Ella era periodista, reportera. Pero no tenía ni idea de cómo se llamaba cuando me tomaron la foto limpiándole la sangre de la cara. Cuando el cuerpo llegó estábamos rodeados de bajas, había muchísimo trabajo y me tuve que poner manos a la obra. En ese momento no te puedes parar a pensar en si es Gerda Taro", decía sobre su "recuerdo especial" en la guerra.

Por la justicia tardía

Como aclaraba Jane Rogoyska, autora del libro Gerda Taro: inventing Robert Capa, a este periódico, "Taro no era la mujer de Robert Capa. Nunca estuvieron casados". De hecho, hasta el descubrimiento de una maleta llena de fotografías, su figura apenas era recordada como la compañera sentimental de Capa (el húngaro nacido como Endre Friedmann).

Gerda Taro fue la ideóloga del seudónimo que ambos usaron para firmar sus fotos, aunque solo fuese él quien pasó a la historia. También fue la primera fotoperiodista que murió en el campo de batalla y la artífice de cientos de instantáneas atribuidas por error a su contraparte masculina.

El valor histórico de esta anécdota publicada por John Kiszely es innegable, pero quizá sea aún mejor el simbólico, el de la justicia tardía. Esa que ayudó, una vez más, a rescatar la figura invisibilizada de Gerda Taro y a reconocerle un trabajo que realizó con pasión hasta sus últimos minutos de vida. 

De Eurovegas a Marina D'Or: el juego que te enseña a especular como un maestro de la burbuja

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"Yo me metí en el ladrillo porque es el único negocio que puede llevar al empresario al infinito", dijo Rafael Gómez, más conocido como Sandokán, ante los magistrados de la operación Malaya.

Quien fuera el hombre más poderoso de Córdoba durante la burbuja inmobiliaria se convierte ahora en un personaje más del juego de mesa El Ladrillazo. Pero no está solo. Junto a él, algunos de los políticos y constructores que se lucraron con la filosofía carpe diem más desastrosa de la historia económica de España.

El proyecto vio la luz hace menos de un mes a través de una campaña de Verkami. A los pocos días, el crowdfunding de El Ladrillazo había sobrepasado los 5.000 euros iniciales (ahora rozan los 16.000 y subiendo) para afrontar el último gasto de la imprenta.

El juego de la burbuja inmobiliaria, donde "tú serás el intermediario, el que convence a un par de alcaldes y constructores locales para ganarse el favor del votante y sacar partido a unos terrenillos olvidados", cuenta con 209 mecenas y ha sido presentado en sociedad con más de 2.000 juegos impresos, cuando el promedio es de 500. Pero, ¿quién está detrás de esta lúdica clase de economía especulativa?

Todo empezó en 2013, en el piso compartido de cuatro jóvenes hijos de los 80. Como todos los de esa generación "fruto de la democracia y la posmodernidad, de la crisis de valores y el Estado de bienestar", se dieron de bruces con "la precariedad laboral, la crisis y el paro", como escribió Áleix Saló en Españistán.

"Me pregunté por qué, si todos teníamos unas carreras de la virgen, seguíamos en un piso compartido", cuenta Francisco Fernández, uno de los creadores de El Ladrillazo y responsable de la documentación del juego. "Empiezas buscando cuándo se disparó el precio de la vivienda, y terminas brujuleando por las redes del AVE y los contratos de Florentino Pérez con Arabia Saudí".

El nombre de los proyectos, las fechas y las citas de los políticos se ordenan en su cabeza con una precisión enciclopédica. Francisco ha volcado ese conocimiento en las tarjetas y la metodología del juego, que además de tener vocación didáctica, "era divertido desde el primer momento".

El Ladrillazo hereda del Monopoly la filosofía de conseguir que nuestro negocio sea más rentable que el del rival, aunque, por lo demás, sus creadores lo consideran "un juego de mierda y muy mal diseñado". "Si seguimos las reglas, se tardan cinco horas en terminar una partida", dice Fernández, que prefiere compararse con las cartas Magic. "También nos fijamos en otros juegos magníficos como Los colonos de Catán".

Descubrieron su potencial recortando cartulinas en su casa y jugando con un kilo de monedas de dos céntimos. Ahí radica el secreto de El Ladrillazo: educa, pero ante todo divierte y no se limita a bombardear con nombres de constructoras, políticos de segunda y proyectos faraónicos abandonados. "Queríamos proponer un poquito más de profundidad en el análisis. Tendemos a analizar la burbuja inmobiliaria desde el punto de vista de la crisis, pero toda la sociedad se volvió loca", recuerda Fernández.

Cada una de las capas sociales se contagió del espíritu happy flower tutti colori que transmitían los poderosos. "Nos echábamos las manos a la cabeza porque en Cuenca, gran capital de provincia, no hubiese línea de AVE", ironiza el creador como ejemplo. Una limpieza de conciencia que solucionamos, "como buena sociedad mediterránea que somos", con un tropel de chivos expiatorios como 'el Pocero'.

Aclaran que tampoco se trata de un juego de corrupción, ni de buenos y malos. "En muchos casos, la burbuja fue fruto de normativas perfectamente legales. Por eso, lo que en realidad pone de manifiesto El ladrillazo es la capacidad que tiene este país para ponerse a trabajar por un objetivo estúpido que no tiene sentido", resume.

Las cartas en la manga de la burbuja

Para entender mejor las dimensiones de la especulación tras la reforma de la Ley del Suelo en 1998, echemos un vistazo a las cartas. Empezaron siendo 500, debido a la cantidad ingente de actores implicados en las tramas, pero finalmente terminaron siendo 168 "con personajes, lugares y proyectos reales documentados que retratan fielmente la España de la época para contagiarte la fiebre del ladrillo".

Ilustradas con creíbles caricaturas, las tarjetas están diseñadas reproduciendo el modelo de las Magic. El nombre del personaje, su cargo durante la burbuja y una cita de hemeroteca, lo que Fernández espera que "despierte la curiosidad de buscar más información en Internet, porque las historias de las cartas son todas espectaculares". Cada uno de los colores representan terrenos, políticos, constructores, ciudadanos, proyectos y mamandurrias.

Tarjetas verdes: Son los terrenos, paisajes y territorios amenazados por la burbuja, como Doñana, las lagunas de Torrevieja o la Operación Chamartín en Madrid. "Sitios que fueron objeto de deseo para la recalificación y los planes urbanísticos".

Tarjetas azules: Ahí está José Luis Rodríguez Zapatero asegurando que "estamos en la Champions League de la economía", Jaume Matas diciendo ni corto ni perezoso que "los Gobiernos balears llevamos muchos años invirtiendo mucho dinero para vincular los intereses de la Familia Real con las Baleares", o Rato proclamando que "lo que hay que hacer en España es empezar a luchar contra el fraude". Son políticos de varios niveles, desde concejales y alcaldes a ministros y reyes. 

Tarjetas naranjas: "Son los constructores, que hace diez años eran todos estrellas y portadas de los periódicos". Manejaban empresas que valían miles de millones de capitalización en el IBEX35, donde llegó a haber una docena de constructoras en los años de la burbuja. "Ahora no quedan ni dos".

Tarjetas rojas: Los ciudadanos, divididos en trabajadores, parados, jubilados (de Telefónica, Renfe), turistas (alemanes, chinos, franceses) e inmigrantes. "Hice esa división en un ejercicio muy burdo de generalización. A efectos del juego, el jubilado o el turista tienen más valor que el inmigrante. Cuando estás intentando hacerte rico con una burbuja, vas a por los que tienen la pasta asegurada". 

Tarjetas negras: Representan los proyectos que se construyeron o se quedaron a la mitad. Desde Eurovegas y Marina D’Or hasta el Centro de interpretación del atún de Almadraba en Barbate o "la línea 9 del metro de Barcelona, que es la cosa más cara que se ha hecho jamás en España".

Tarjetas amarillas: Las apodaron cariñosamente mamandurrias, y entre ellas se encuentran eventos como la Expo del agua de Zaragoza, la candidatura olímpica de Madrid, la boda Real o el Valencia Summit. Son aquellos eventos megalómanos que recibieron apoyo incondicional de las instituciones por una "corazonada" que terminó en desastre.

Por último, se encontrarían las de los paraísos fiscales como Panamá, Gibraltar, Suiza o Las Bahamas. Cada jugador elegirá uno al principio de la partida, donde deberá esconder su dinero en el momento en el que acumule demasiado para evitar perderlo en una investigación judicial. El juego terminará cuando el dispensador opaco de sobres en black se quede sin moneditas. "Nadie sabe cuándo acabará la partida o la burbuja", advierte el cerebro del proyecto.

"Para construir villa PSOE, solo necesitas mucho terreno, apoyo local y un político de rango medio o bajo. En cambio, para Eurovegas necesitas poco terreno, porque no es muy grande, pero muchos políticos y muchos constructores", dice Francisco como ejemplo de dos metas de El Ladrillazo.

Aunque los creadores aseguran que no es el objetivo primordial del juego, es imposible no pensar en todos los casos de corrupción derivados de esos años de especulación. "La corrupción sigue siendo un tema transversal", termina admitiendo Fernández. "Se ha congelado todo durante cuatro años, es como si las tendencias políticas avanzaran a base de traumas", se lamenta.

El Ladrillazo pretende meter el dedo en la herida de aquel trauma que sembró la indignación social en 2011. Pero sus consecuencias colean y nunca viene mal aprender cómo llegamos hasta aquí, aunque sea durante una noche divertida de juegos de mesa.

Polémica por una pieza artística con personas desnudas jugando al pilla pilla en una cámara de gas

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Varias organizaciones israelíes de supervivientes del Holocausto han protestado ante Polonia por difundir un vídeo que muestra a gente desnuda jugando al pilla pilla en una cámara de gas de Stutthof, un campo de concentración nazi en el que fueron asesinados miles de judíos.

El vídeo, llamado Game of Tag, se enmarca en una instalación del Museo de Arte Contemporáneo de Cracovia. Aunque es una pieza del año 1999, no vio la luz hasta 2015 como parte de la exhibición Polonia-Israel-Alemania. La experiencia en Auschwitz, que respaldó la Embajada israelí en Varsovia, informó el diario digital Times of Israel

Previamente, el Museo había retirado la proyección tras las peticiones de varios grupos, incluida la Embajada israelí en el país, pero después volvió a mostrarlo porque consideró que era parte de la libertad de expresión artística. La grabación, sin embargo, ha sido eliminada de la página web del Museo.

"La película muestra a un grupo de personas de diferentes edades jugando un juego aparentemente inocente (...) Esta yuxtaposición bastante chocante de un juego infantil por un lado y el recuerdo de uno de los mayores crímenes en la historia de la humanidad por el otro, crea una oportunidad para un intento terapéutico de superar el trauma del Holocausto en la conciencia colectiva", comentó el director en la presentación de su obra.

Dos años de espera para denunciar

"Queremos saber quién dio permiso para grabar, por qué nadie protestó por este vídeo y cómo fue posible filmarlo", declaró el pasado domingo Efraim Zurof, director de la oficina israelí del Centro Simon Wiesenthal, que está entre los firmantes de la protesta. El portavoz del centro calificó la pieza en 2015 de "repugnante" y dijo que era "un insulto total a las víctimas y a cualquier persona con algún sentido de moralidad o integridad".

Esta organización pide explicaciones no solo a los gestores del antiguo campo de concentración, sino también al Gobierno polaco, ante lo que considera un insulto a las víctimas del Holocausto.

Según Zurof, la protesta no se ha presentado hasta dos años después porque llevó tiempo averiguar "en qué campo de concentración se había grabado, en qué cámara de gas", una información que finalmente desveló el abogado David Chamber, responsable de la investigación.

También se tardó en lograr el consenso entre todas las agrupaciones que apoyan la protesta, entre las que se incluye la Organización de Supervivientes del Holocausto.

Seis millones de judíos murieron antes y durante la Segunda Guerra Mundial a manos del nazismo, tres millones de ellos en Polonia, y decenas de miles fueron asfixiados en cámaras de gas en la conocida como Solución Final.


La playlist de temazos de eldiario.es para que lo des todo en Nochevieja

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Hora de decir adiós a 2016 por todo lo alto. Desde la redacción de eldiario.es queremos acompañaros este Fin de Año con una playlist especial (por definirla de alguna manera). Una recopilación de canciones seleccionadas por todo el equipo para Nochevieja, un popurrí de lo más variopinto, la verdad, pero que hemos elegido con cariño para que lo des todo en la última noche del año.

La lista dura más de 9 horas (con esto llegas a los churros) y hay canciones de todos los colores, como nuestros gustos. Sabemos que hay alguna que otra horterada y nos encanta. Porque solo tiene un objetivo: que la pinches y bailes.

Puedes escucharla aquí. ¡¡FELIZ 2017!!

13 juegos físicos y virtuales para pasarlo bomba en Nochevieja

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Algo tienen las veladas navideñas que invitan a abrir el baúl de los recuerdos y a desempolvar los juegos de mesa más inverosímiles. Aguardan perennes entre los objetos perdidos del armario y algunos acumulan más fauna y lianas en su interior que el tablero de Jumanji. Pero, nubes de polvo aparte, cumplen su labor en Nochevieja y en muchos casos son el anabolizante ideal para aguantar despiertos hasta las campanadas, e incluso después de ellas.

En los últimos años, cada vez más familias han integrado a esta tradición las últimas videoconsolas del mercado. Portátiles o de sobremesa. Hace tiempo que el karaoke forma parte de la banda sonora para despedir el año, del mismo modo que las carreras al Mario Kart o las partidas al Trivial virtual se han hecho hueco entre las grandes cajas de cartón.

Estoy trece juegos, divididos en físicos y virtuales, se repiten en un buen número de hogares, pero la lista es infinita y, como siempre, les invitamos a añadir su favorito para las navidades. Los comentarios están abiertos a las sugerencias, a las novedades (hay algunos evergreens que ya huelen a cerrado) y a las tradiciones más variopintas. ¡A sus casillas, jugadores!

Juegos de mesa

Como decían en Xataka, la historia de los juegos de mesa es muy, muy larga (pero imprescindible), así que se sobreentiende que esta lista de siete no abarcará todos los pasatiempos que existen desde el Neolítico. Nos conformamos con una heterogénea variedad. Hay tómbolas heredadas de la abuela, versiones mejoradas de grandes clásicos, e incluso aquel favorito de los 80 que guardas con mimo sin saber muy bien la razón.

Todos son perfectos para jugar en grupo y sus partidas, como condición sine qua non, acabarán antes de 2049 (por eso vetamos el Monopoly). Ahora es el turno de que nos descubran su vicio oculto en las noches navideñas, si se apuestan dinero o prefieren repartir garbanzos, si son más de baraja española o de las cartas Magic. Cualquier idea será más que bienvenida y útil para renovar el juguetero el año que viene. 

1. Bingo 'anticapi'

Lo destacamos primero por ser el placer culpable de las celebraciones. El resto del año es menospreciado como el pasatiempos favorito de la tercera edad, pero que tire la primera piedra quien no asocie el dulce traqueteo del bombo con estas fechas. Lo más normal es que haya algún Bingo heredado rodando por nuestra casa, pero si no es el caso, es uno de los juegos más económicos que hay en el catálogo: por 15 o 20 euros es fácil encontrarlo en nuestro supermercado de confianza. 

El adjetivo 'anticapi' depende de los gustos de cada familia. Hay quienes no conciben la emoción de la partida sin apostarse unos euros con el cuñado. Sin embargo, la opción libre de deudas es accesible para todos los bolsillos y para los más pequeños y, por tanto, nuestra favorita. ¿Acaso hay mayor satisfacción que la de gritar "¡bingo!" a pleno pulmón?

2. El ladrillazo

Esta reinterpretación del Monopoly y las cartas Magic nos cautivó por ayudarnos a entender cómo se fraguó el último gran boom inmobiliario. Desde Eurovegas hasta Marina D'Or, el jugador aprenderá cuántos permisos medioambientales y apoyo político o ciudadano necesitaron nuestros mayores despropósitos arquitectónicos para llevarse a cabo. Suena denso, pero está pensado de una forma brillante y sencilla.

Ahí radica el secreto de El Ladrillazo: educa, pero ante todo divierte y no se limita a bombardear con nombres de constructoras, políticos de segunda y proyectos faraónicos a medio edificar. Si quieren conocer más de la metodología e historia de este didáctico juego de mesa, no se pierdan la entrevista a uno de sus creadores

3. Twister

Nada mejor para bajar la cena que un poco de contorsionismo (pilates o yoga para los más modernos). El Twister es una opción fácil de conseguir. Siempre hay una prima, sobrina o nuera que lo guarda desde su más tierna infancia, con la tela doblada desde hace veinte años y los círculos de color desteñidos.

Nada de eso importa: lo más complicado siempre será encontrar un salón lo suficientemente grande para extender los diez metros cuadrados de plástico y reencontrarse con una elasticidad desentrenada desde el colegio.

4. Código secreto

Esta sería la versión avanzada y mejorada del famoso Tabú. Se forman dos equipos donde, para variar, los jugadores ven en todo momento las tarjetas con las palabras que deben adivinar. Su capitán dará las pistas que describan solo las palabras que les haya tocado a cada equipo (rojo y azul). La dificultad estará en no confundirlas con las del equipo rival o con las palabras bomba, que nos eliminan inmediatamente de la partida.

Es divertido, rápido y una buena excusa para reconciliarnos con los juegos clásicos que hemoa rayados durante años. 

5. Qué tengo en el coco

Algunos lo conocerán como Quién es quién, otros como Psicólogo, pero en esencia es el mismo juego, y uno de los mejores remedios para matar el tiempo en grupo. No es difícil pasear por el aeropuerto o el parque y encontrarse a personas con un papel pegado con saliva en la frente. Cada uno tiene un nombre propio de persona real, personaje o integrante de dicho grupo. 

Aunque esa es la versión low cost, el juego oficial se llama Qué tengo en el coco, y en él podemos adivinar también países, ciudades o cosas. Imprescindible. 

6. El lince

En su sencillez radica el peligro de este adictivo juego. Lince consiste en un tablero gigante de forma circular en el que se dispersan decenas objetos sin ningún orden ni concierto. El jugador tendrá que elegir tres fichas del saco y encontrar la imagen que aparezca en cada una de ellas en el tablero. El primero que lo consiga, grita "¡lince!", y el resto deberá devolver al saco las fichas que no haya sido capaz de encontrar. La tensión irá creciendo según avanzan las partidas, así que recomendamos retirar los cuchillos de pescado del alcance de la mano. 

7. Juegos de cartas alternativos

Sabemos que la baraja española, o francesa, es la opción que se elegirá en muchas casas para despedir este 2017. Sin embargo, nosotros hemos querido arriesgar un poco con los juegos de cartas. Ofrecemos tres alternativas: el mítico Uno, un juego de rapidez mental y lógica llamado Dobble, y el divertidísimo Virus

Videojuegos

Los juegos tradicionales son capaces de reunir a toda una familia alrededor de una mesa. Sin embargo, en la era de las smart TV y los teléfonos inteligentes, hay quienes prefieren aglutinarse en torno a una de las tantas pantallas que nos rodean.

Pero, al contrario de lo que se suele pensar, encender la videoconsola no siempre es sinónimo de aislamiento, sino también de competitividad y diversión cooperativa. Existen títulos típicos y otros no tanto, pero la variedad de ellos es casi tan amplia como la de jugadores. Aquí va nuestra selección.

8. Mario Kart 8 Deluxe

Mario Kart necesita poca presentación. Las carreras locas de Yoshi, Luigi y demás personajes de Nintendo logran sacar lo mejor (y peor) de cada uno de nosotros. Son tan imprevisibles que no importa si uno de los pilotos va en primer lugar, porque un simple objeto puede cambiar el trascurso de la partida. Y es ahí donde está la verdadera magia del juego, en los ítems para humillar y mirar desde el retrovisor a los rivales.

Turbos en forma de champiñones, plátanos que hacen derrapar a quienes pasan sobre ellos, o incluso la famosa superestrella de Mario que otorga unos segundos de invulnerabilidad. Todos ellos y muchos más son los responsables de frenéticas carreras capaces de reunir a cuatro personas en el modo televisión. Aunque si no tenéis Switch, siempre se puede sacar del armario alguna videoconsola y poner una versión anterior, ya sea de Wii o incluso de Nintendo 64.

9. Just Dance 2018

Aunque menear el esqueleto después de la cena puede ser una tarea de alto riesgo, no ocurre lo mismo en ciertas horas de la madrugada, aquellas donde poco o nada importa. Just Dance, en cualquiera de sus versiones (está casi para todas las videoconsolas), es el juego perfecto para esa ocasión. Porque Beyoncé será Beyonce, pero nunca sabrá qué se siente cuando bailas creyéndote Beyoncé.

En la edición de 2018 no es necesario tener un dispositivo adicional. Basta con instalar la app de Just Dance en un smartphone y ya podremos movernos junto a otros 5 jugadores de forma simultánea. No hay mejor manera de entrar en el nuevo año que viendo a algún familiar imitando el funk de Bruno Mars. O al menos, intentándolo.

10. PlayLink Megapack

PlayLink es la mejor opción para aquellos que tienen una PlayStation 4. Se trata de una serie de juegos orientados para jugar con familiares o amigos y animar las fiestas. En el megapack incluyen cuatro juegos diferentes: Has Sido Tú! y Saber es Poder, dos concursos de preguntas y respuestas; Intenciones Ocultas, una aventura policiaca; o el mítico SingStar. Aun así, también se pueden adquirir cada uno de ellos por separado.

Al igual que ocurre en Just Dance, los títulos de PlayLink se sincronizan con los teléfonos de los jugadores para que todos participen en la partida. Si bailar ya es un reto, atreverse a cantar Dancing Queen de ABBA está ya a otro nivel superior. Aunque si no tienes PlayStation, siempre podrás bajar de forma gratuita Ultrastar en un portátil, enchufar varios micros, y empezar a poner a prueba tanto las cuerdas vocales como la paciencia de los vecinos.

11. Push me pull you

Dos salchichas con humanos a sus extremos que luchan por una pelota. Obviando la primera impresión, que puede ser algo repulsiva, en el fondo se esconde un divertido multijugador donde las risas están aseguradas. Estos entes extraños se alargan y encojen según indique el jugador, y la misión no es otra que luchar contra tu adversario para retener el balón en una zona del tablero.

La grotesca experiencia puede ser compartida cuatro personas, cada uno controlando una punta de la criatura. Sincronizarse parece fácil, pero una vez empezada la partida comprobaremos que es más difícil de lo que parece. Para empezar, lo único que necesitamos es una PlayStation 4 o un ordenador compatible y varios compañeros sin escrúpulos.

12. Lovers in a Dangerous Spacetime

Si lo que prefieres son los disparos y la acción, entonces también existen alternativas cooperativas más allá del típico Call of Duty. Una de ellas es Lovers in a Dangerous Spacetime, compatible con todas las videoconsolas de esta generación y ordenadores. En este título compartimos con cuatro compañeros la experiencia de manejar una nave que se desplaza por el espacio.

El camino hasta el final no está exento amenazas que bien pueden ser minúsculas u ocupar casi toda la pantalla. Por ello, trabajar en equipo es fundamental para avanzar entre “las maléficas fuerzas de Antiamor” y poner a salvo la galaxia. De lo contrario, los conejitos espaciales caerán víctimas ante peligros que dejan en pañales lo visto en Interstellar. Porque el espacio profundo es inmenso, pero resulta menos aterrador si estamos acompañados.

13. Keep Talking and Nobody Explodes

Estás solo en una habitación con una bomba que debes desactivar y solo tus amigos saben cómo hacerlo. Esa es la premisa de Keep Talking and Nobody Explodes, disponible para AndroidPCPlayStation 4 (compatible además con gafas VR). De esta manera, mientras uno corta cables y resuelve puzles, aquellos con el manual (aquí en español) indican los pasos necesarios para detener la cuenta atrás del dispositivo antes de que explote.

La premisa es sencilla, pero la práctica no tanto. El juego es totalmente configurable, y se puede variar desde el tiempo necesario hasta los acertijos que aparecen. Aun así, todos los modos tienen algo en común: los nervios cuando quedan apenas unos segundos y se activa la alarma de emergencia.

Kevin Spacey reabre la encrucijada: ¿debemos separar al artista de su obra?

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Kevin Spacey se ha sumado a la única lista de celebridades de la que nadie quiere formar parte en Hollywood. Dice que no se acuerda de la noche en la que intentó abordar sexualmente a un muchacho de 14 años en su propia casa, pero tampoco ha sido capaz de negarlo.

También ha reconocido que es gay en lo que parece un intento de usar su sexualidad como cortina de humo y cebo para los carroñeros. Y lo peor es que lo ha conseguido.

Pero las piruetas de su asesor de imagen no servirán para borrar esta mancha en su reputación. ¿O sí? Hoy llueven las críticas sobre Kevin Spacey, igual que hace poco lo hicieron sobre Harvey WeinsteinJames Toback y el fotógrafo Terry Richardson. La siguiente incógnita es si tendrán secuelas a nivel profesional. Es más, ¿las queremos?

Después de la condena pública, llega el examen de conciencia. El lunes, muchos se apresuraron a aclarar que seguir siendo amantes de House of Cards o Medianoche en el jardín del bien y del mal no significa comulgar con lo que hizo Spacey. Otros, en cambio, pidieron abiertamente a Netflix que prescinda del actor a partir de ahora. Unas reacciones que abren por enésima vez el debate sobre la separación entre la vida privada del artista y la calidad de su obra. 

Por un lado, clamamos que los actos de Kevin Spacey tengan represalias, aunque, en el fondo, esperamos que Netflix no cancele la sexta temporada de House of Cards. O que Woody Allen siga cumpliendo con sus estrenos anuales. Una encrucijada eterna en la que solo cambian los protagonistas del cartel: Cassey Affleck, Picasso, Polanski o el rapero R. Kelly han salido indemnes, pero la lista es interminable.

Luis García Tojar piensa que la diferencia entre estos casos y los más actuales radica en las redes sociales. "Los medios y las campañas en redes han generado una especie de panóptico donde todos estamos sobreexpuestos al escrutinio ajeno", dice el sociólogo y Doctor en Ciencias de la Información.

"Situar a la persona antes que la obra tiene consecuencias positivas y negativas: por supuesto la denuncia de delitos es positiva, pero la desaparición de la obra de arte no me lo parece tanto", argumenta el profesor.

Admite que algunos de sus escritores favoritos "no me son simpáticos como personas o incluso me parecen tipos detestables", como es el caso de Vladímir Nabokov o Louis Ferdinand Céline, "pero eso no me impide valorar Lolita o Viaje al fin de la noche como novelas extraordinarias. ¿Acaso es Kevin Spacey hoy peor actor que ayer?".

Pero hay quienes no consiguen dibujar una linea tan clara entre el creador y su obra. "Que alguien sea un artista más o menos bueno o de éxito no le exonera de responsabilidad moral en su conducta privada", defiende Laura Freixas, fundadora de Clásicas y Modernas.

La escritora piensa que, detrás de la idea abstracta de la separación, existe una pregunta que pocos se atreven a formular directamente: "¿El hecho de que alguien sea muy buen director de cine o muy buen artista como Picasso, debería hacernos olvidar, perdonar y borrar su conducta privada, inmoral o poco ética? Mi respuesta es que no", asevera.

Según ella, esto ha sido y continúa siendo un recurso que utilizan las personas privilegiadas para permitirse conductas que no toleraríamos en el resto. "No creo que la calidad artística tenga que dar una patente de corso. Y tampoco veo por qué las personas que van a parar a las manos de estos señores -porque suelen ser señores- deban aceptar su sacrificio en nombre del arte", opina Freixas.

Tojar, sin embargo, cree que en el devenir de los años ha crecido la conciencia de delito y la vigilancia sobre las figuras públicas. Aunque siempre hay excepciones. "Desde los comienzos de la industria, Hollywood gozó de un clima de libertad que incluía, entre otras cosas, cierta permisividad en los comportamientos privados, lo cual generó innumerables polémicas. No por casualidad surge allí la crónica rosa como género periodístico", explica.

"En los años dorados, todo el mundo sabía, por ejemplo, que Errol Flynn era un 'libertino', pero eso no le impedía ser una estrella. O, en tiempos más recientes, ni siquiera una condena penal contra Roman Polanski le ha impedido seguir haciendo películas", compara el profesor. El caso del director polaco subraya la opinión de Freixas acerca de que el tiempo no ha sido suficiente para rendir cuentas con las víctimas ni para endurecer la condena pública.  

La justicia popular

Algo en lo que coinciden tanto el profesor como la ensayista es que la censura no es la solución. "La conciencia del delito ha crecido y las posibilidades de denuncia son mucho mayores. Esto es un fenómeno sociológico interesante y que anuncia cosas positivas, por ejemplo el empoderamiento de las mujeres, pero también otras menos positivas, como cierto tiempo de intolerancia que se nos viene encima", teme Tojar.

Al respecto, Freixas piensa que se debe diferenciar entre la conducta privada del artista y el contenido ético de la obra. A diferencia de lo primero, lo segundo es punible. "Una cosa es la conducta privada del señor Nabokov, que no sé si era o no un pedófilo, y otra la obra Lolita, que personalmente me parece una apología de la pederastia, el maltrato y la violación", ejemplifica.

Distinto es, según ella, que el público condene a título personal la obra del artista como rechazo a los escándalos. "Es más una cuestión de sensibilidad que de leyes", y pone de ejemplo al cantante Bertrand Cantat, que mató a su novia a puñetazos. "Hay gente que no quiere comprar discos o asistir a conciertos del asesino de Marie Trintignant. Yo lo entiendo y lo comparto. No voy a ir jamás al concierto de un asesino", asegura Freixas.

"No pido que se prohíban, pero pienso que si más gente tuviese la misma actitud, esos conciertos no se contratarían. Sería un tema de salud pública", dice proyectando su solución ideal. La de Luis García Tojar es precisamente la contraria. "Lo deseable sería que, con el tiempo, alcanzáramos a valorar por separado la obra y el artista y nos habituásemos a tolerar que ambas no tienen por qué coincidir. ¿Por qué nos empeñamos en que una realidad anule a la otra?", se pregunta.

"Denúnciense todos los delitos y paguen sus responsables las penas que determine la ley. Más aún: que las denuncias combatan también las culturas de opresión, como el machismo. Pero no volvamos a la Inquisición. La distinción entre esfera pública y privada es una conquista de la democracia. No renunciemos a ella", termina el profesor universitario.

Unas palabras que, para la escritora Laura Freixas, suscriben "esa idea de separar al artista de la obra, que aunque se plantea de una forma muy abstracta, en realidad se traduce en una carta blanca, una patente de corso, una absolución moral que me parece injustificada".

Dylan Farrow carga de nuevo contra Woody Allen (II)

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Con la creciente popularidad de la nueva película de Woody Allen, volvió la polémica. Dylan Farrow, la hija adoptiva del director neoyorquino y su exmujer Mia Farrow, ha redactado una carta abierta en la que relata los supuestos abusos sexuales a los que la sometió su padre cuando era una niña. Allen, cuya Blue Jasmine sigue acumulando nominaciones como los de la próxima gala de los Oscar, ha vuelto a negar las acusaciones, como ya hizo en 1992. La carta ha sido publicada por The New York Times.

Con su misiva, Dylan ha querido hacer reaccionar a un público y a un Hollywood que hizo oídos sordos a las duras acusaciones. Les acusa de colaboradores, de que "fuera más sencillo aceptar la ambigüedad" y que llegasen a suponer que había sido coaccionada por su madre o que tenía un trastorno, antes de creer la palabra de una niña de 7 años. Así, su comienzo "¿cuál es su película favorita de Woody Allen?", apela directamente a todos los que alguna vez han aplaudido, premiado o trabajado con su padre adoptivo y supuesto agresor.

"¿Qué pasaría si hubiera sido tu hija, Cate Blanchett? ¿Louis CK? ¿Alec Baldwin? ¿Y si hubieses sido tú, Emma Stone? ¿O tú, Scarlett Johansson?", llama la atención la joven sobre algunos de los últimos colaboradores de Allen. "Diane Keaton, tú me conociste cuando yo era una niña. ¿Me has olvidado?". Keaton, primera mujer de Woody Allen, fue una de las defensoras a ultranza del director y, según Dylan, "un testimonio vivo del modo en el que nuestra sociedad falla a los supervivientes de asaltos sexuales y abusos".

Una historia recurrente

La publicación llega después de que su hermano Ronan Allen, único hijo biológico de la pareja -aunque Mia Farrow ha dejado entrever en varias ocasiones que podría ser hijo del cantante Frank Sinatra-, acusase a los Globos de Oro de haber premiado a Woody Allen e ignorar los supuestos ataques a su hermana. Pero esta no es una exclusiva, el tema lleva dando la vuelta al mundo desde hace dos décadas. La última vez, la joven Dylan expuso su caso en la revista Vanity Fair.

Los sucesos referidos han conmocionado a todo el mundo por la forma en la que están narrados, sin caer en el morbo pero sin disimular el alcance. "Cuando tenía siete años -cuenta la carta- Woody Allen me tomó de la mano y me llevó a un oscuro desván en la segunda planta de nuestra casa. Me dijo que me tumbara boca abajo y que jugara con el tren eléctrico de mi hermano. Entonces abusó de mí sexualmente. Él me hablaba mientras lo hacía, susurrándome que era una buena chica, que ese era nuestro secreto y me prometía que iríamos a París y me convertiría en una estrella de cine"

Según la joven, que ahora tiene 28 años y ha formado una familia, los incidentes le provocaron graves trastornos que le costó superar. Desórdenes alimenticios, fobias a los trenes de juguete o ansiedad cuando veía cualquier producto de merchandising con la cara de su padre adoptivo. Como decíamos, no es la primera vez que los hechos salen a la luz, de hecho Mia Farrow ha declarado en numerosas ocasiones que esa fue la causa real de su separación con el cineasta. Aquella ruptura, que inundó pantallas, periódicos y portadas, culminó con la difusión de un vídeo por parte de Mia Farrow, en el que su hija confesaba los supuestos abusos. 

La columna solidaria

En su día, tras la publicación del vídeo, los tribunales no encontraron pruebas ni policiales ni médicas para inculpar a Woody Allen. El director negó su participación en los hechos y el mundo entero se posicionó hacia un lado o al otro, un cisma que ha vuelto a abrirse con la segunda explosión. Uno de los defensores del director de cine es el periodista Robert B. Weide, que publicó un artículo en The Daily Beast aclarando algunos puntos peliagudos. Weide dirigió un documental sobre Allen para la televisión pública norteamericana (PBS).

El comunicado se ha publicado en una sección de la edición digital de The New York Times dedicada a estos asuntos. El columnista Nicholas Kristof capitanea un blog especializado en temas de abusos sexuales a menores y trata de personas. Además de la carta, el periodista ha publicado una columna en la que contextualiza las razones por las que Dylan Farrow acusa de nuevo a su padre adoptivo.

Woody Allen lo niega todo

El cineasta tildó el pasado domingo de "falsas y vergonzosas" las acusaciones de su hija adoptiva. Leslee Dart, publicista de Allen, ha asegurado que el director responderá "muy pronto" ante la prensa y ha señalado que "los expertos determinaron que no había pruebas creíbles sobre los abusos, que Dylan Farrow no era capaz de distinguir la fantasía de la realidad y que probablemente había sido inducida por su madre, Mia Farrow". La publicación de la carta sorprendió a Allen en un partido de baloncesto y rehusó hacer declaraciones a los periodistas.

A la supuesta coacción de Mia Farrow también se refiere Dylan en su misiva, asegurando que se siente apenada porque la gente dé por supuesto que esto es una campaña de desprestigio liderada por su madre. La sociedad sucumbió al poder de una persona famosa, dice. "Había expertos dispuestos a atacar mi credibilidad. Había médicos dispuestos a hacer enloquecer con engaños a una niña maltratada". Pero añade que lo que más lamenta es que Allen tuviese la oportunidad de hacerle lo mismo a otras niñas.

¿Estamos ante la última película en la carrera de Woody Allen?

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En una de las fantásticas viñetas de Manel Fontdevila, Esperanza Aguirre se yergue inmaculada en medio de un lodazal. Un pobre diablo cubierto de excrementos hasta las cejas le pregunta, "¿cómo lo haces?", a lo que ella contesta socarrona, "¿lo qué?".

Si intercambiásemos a Aguirre por Woody Allen en los tiempos del me too, la viñeta sería totalmente reutilizable.

El huracán que se desató tras el caso Harvey Weinstein, y que ha arramblado con las carreras y reputaciones de quienes han sido acusados de acoso sexual, parecía que iba a pasar cerca de Woody Allen sin llegar a despeinarle. Pero todo eso ha cambiado en las últimas semanas. Ya lo predijo Fontdevila con Aguirre, porque ahora Allen se encuentra tan sumido en el lodazal como Kevin Spacey, James Toback, Louis C.K y tantos otros. Al menos así es para la parte de la industria que le está dando la espalda.

Este jueves, Dylan Farrow, la hija adoptiva de Woody Allen que le acusa desde 1992 de haber abusado sexualmente de ella cuando tenía siete años, ofreció su primera entrevista en televisión. Respondió con dureza a las palabras del director, que afirmó en un comunicado que nunca se había sobrepasado con la pequeña, "como ya concluyeron las investigaciones que se realizaron hace 25 años".

Dice que tanto ella como su madre, Mia Farrow, se están aprovechando de la ola del me too para sacar el asunto a la luz. La joven, sin embargo, lo ve justo al contrario y no concibe cómo Woody Allen ha podido salir indemne de toda la controversia.

No es la primera vez que Hollywood demuestra una doble vara de medir en los casos de violencia sexual. Ahí teníamos hace un año a Cassey Affleck contra Nate Parker. La palabra de la víctima contra el agresor muchas veces no es suficiente, mientras que en otras basta para que Netflix o Ridley Scott acaben con el más prestigioso de los actores.

Los profesionales que contribuyen con su silencio a que esto ocurra parecen haberse dado cuenta, por eso después del me too ha llegado el "yo te creo, Dylan". Y ya se han empezado a notar las consecuencias.

Sin defensores en sus filas

Mientras Woody Allen promocionaba su película Wonder Wheel y anunciaba la próxima para el año que viene, Un día lluvioso en Nueva York, apenas le cayeron unos cuantos dardos sobre las acusaciones de Dylan Farrow. Los más sonados fueron los lanzados por el presentador de los Globos de Oro, Seth Meyers: "Cuando escuché que La forma del agua iba sobre una mujer enamorándose de un hombre repulsivo, pensé que se trataba de una película de Woody Allen".

Después fue Greta Gerwig, ganadora del Globo por su ópera prima Lady Bird, y que colaboró con el director en A Roma con amor (2014). La actriz y directora sorteó el tema durante meses hasta que, el día de la resaca de los premios, admitió sentirse culpable por haber "incrementado el dolor de otra mujer" y se mostró arrepentida de participar en aquella película.

Aunque las palabras de Gerwig fueron especialmente perseguidas por su presencia en los premios, han sido muchos los que han declarado que nunca más volverán a colaborar con el neoyorquino. El último ha sido Colin Firth, que trabajó junto a Allen en Magic in the Moonlight (2013) y envió un mensaje a The Guardian el mismo día que Dylan Farrow aparecía en la televisión. Pero la situación se llevaba calentando desde 2017.

En noviembre del pasado año, Ellen Page declaró que su trabajo con Woody Allen en A Roma con amor le provoca un "gran remordimiento". Dos meses más tarde, el actor David Krumholtz tuiteó que trabajar con Allen en su última película, Wonder Wheel, era "uno de sus más dolorosos errores".

Los únicos actores que se han pronunciado a favor del cineasta son Kate Winslet y Alec Baldwin. La protagonista de Wonder Wheel salió del paso diciendo que "Woody Allen es, en gran parte, una mujer", por su delicadeza al tratar y al entender a sus personajes femeninos.

Baldwin fue menos sutil y disparó contra todos aquellos que están donando el sueldo de sus anteriores películas con Woody Allen. "Me parece injusto y triste. He trabajado con él en tres ocasiones y fue uno de los privilegios de mi carrera", dijo el actor de Blue Jasmine y A Roma con amor.

Esta práctica que señala Baldwin es, precisamente, la que ha hecho saltar las alarmas sobre el fin de la carrera del director de 82 años. ¿Será Un día lluvioso en Nueva York la última película de su larga filmografía? Parece razonable, pero no necesariamente.

Todas las veces que pudieron ser 'la última'

En 1992, el mismo año que Mia Farrow denunció a su marido por abusar de su hija adoptiva, Woody Allen estrenaba Maridos y mujeres, por la que recibió el Bafta y una nominación a los Oscar. Por aquél entonces, la maquinaria informativa estaba a años luz de la que llena las portadas hoy en día. Y, si bien fue un escándalo en la prensa, el fuego se apagó tan pronto como los investigadores infirieron que "Dylan Farrow no era capaz de distinguir la fantasía de la realidad y que probablemente había sido inducida por su madre".

Pero en 2014, Dylan Farrow publicó una carta abierta en The New York Times, donde relataba los graves trastornos que sufrió a raíz de los supuestos abusos y del olvido público. Esta vez, su hermano pequeño, el periodista Ronan Farrow, suscribía su versión y afeaba el aplauso generalizado que el mundo le estaba dando a Blue Jasmine, de nuevo omnipresente en los premios.

Cabe destacar que el joven se encargó de la investigación contra Harvey Weinstein que fue publicada en The New Yorker, cinco días más tarde que la de The New York Times, pero con el primer testimonio de violación: el de la actriz Asia Argento.

Farrow siempre ha estado comprometido con la acusación de su hermana en contra de su padre biológico, y eso le decidió a iniciar la búsqueda sobre el productor que relanzó la carrera de Woody Allen en los noventa tras la denuncia de abuso sexual.

Entonces, ¿qué nos hace pensar que esta vez será la definitiva? Dylan Farrow lleva sosteniendo la misma versión más de tres décadas, pero sus palabras nunca habían recibido tanta atención como ahora. Muchos apelaban a la investigación, otros a la presunción de inocencia y finalmente al renovado debate sobre si debemos separar al artista de su obra.  

Es cierto que, poco a poco, Woody Allen ha ido desapareciendo de los focos. Incluso en su adorada Oviedo se están planteando retirar la estatua de bronce del director, que se convirtió en un lugar de peregrinación para los amantes de su cine.

Pero quizá la acción más esclarecedora es la que están llevando a cabo casi todos los actores de su último filme, Un día lluvioso en Nueva York, que aborda la relación amorosa y sexual de un cuarentón casado (Jude Law) y una quinceañera (Elle Fanning).

Rebecca Hall, Timothée Chalamet y Selena Gómez han donado sus sueldos a la plataforma Time is Up contra las agresiones sexuales en la industria de Hollywood. Una iniciativa que coincide con la incendiaria investigación que publicó The Washington Post el 4 de enero titulada Leí décadas de notas privadas de Woody Allen, y está obsesionado con las adolescentes. En ella, el periodista detalla un patrón de obsesión del cineasta a través de los archivos que el propio Allen cedió a la Universidad de Princeton.

Teniendo en cuenta todo lo anterior, con las actrices (principalmente ellas) dando el paso para disculparse por su silencio y con el ojo del huracán pisando los talones al anciano director, Un día lluvioso en Nueva York podría ser la cuadragésimo octava y última película de su carrera. Sin embargo, le puede ocurrir como a James Franco. Acusado y redimido. Pero no nos olvidemos de las viñetas de Manel Fontdevila: antes de llover fango, siempre chispea. 

Gerda Taro, Robert Capa y los peligros de firmar con un seudónimo masculino

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Todo empieza y acaba en Robert Capa. Incluso la canción de Alt-J titulada Taro trata mayoritariamente sobre él, aunque Gerda fuese tan Capa como Endre Friedmann.

La figura de la fototógrafa ha salido estos días a la luz gracias a una instantánea que, sin embargo, no tomó ella. Podría tratarse de la única imagen que documenta los últimos minutos de vida de Gerda Taro. En ella, la joven yace con la nariz sangrante justo después de ser atropellada por un tanque el 26 de julio de 1937, en la batalla de Brunete. O, al menos, eso dictaminaron las redes.

Cuando John Kiszely subió una fotografía a Twitter para honrar la memoria de su padre, médico de las brigadas en la Guerra Civil española, no imaginaba que estaba a punto de compartir con el mundo un momento histórico. Para corroborar la versión del británico, muchos tuiteros le pidieron que publicase también el reverso de la foto, donde se puede leer "Mrs Frank Capa, Brunete". 

"El mensaje en el reverso fue escrito por alguien desconocido, probablemente el fotógrafo, y muy probablemente en una fecha posterior. Se refiere erróneamente a "la señora Frank Capa", una confusión evidente entre Robert Capa y el director de cine Frank Capra. De hecho, para ser claros, Gerda Taro no era la mujer de Robert Capa. Nunca estuvieron casados", contesta a este diario Jane Rogoyska, autora del libro Gerda Taro: inventing Robert Capa.

Si bien el nombre es incorrecto, el apellido demuestra que ella también usaba ese seudónimo durante su trabajo en el frente. Porque Robert Capa va mucho más allá del hombre que inmortalizó, o diseñó al milímetro, la Muerte de un miliciano. Robert Capa fue bautizado y existió gracias a su ánima femenina; y esa fue Gerda Taro.

Inventando al intersexual Robert Capa

Durante la Guerra Civil, las crónicas de la época mencionaban en ocasiones a una fotoperiodista apodada "el pequeño zorro rojo". Su edad (murió con poco más de 26 años), el color de pelo, su sonada belleza y su astucia para colarse entre los hombres y conseguir la mejor foto dieron forma a este mote.

Gerda Taro llegó a España porque su temperamento, tan conocido y admirado entre las filas republicanas, no pasó desapercibido en la Alemania nazi, donde se convirtió en presa del nacionalsocialismo. 

Taro nació como Gerta Pohorylle en Stuttgart el 1 de agosto de 1910, en el seno de una familia judía de origen polaco. Durante la República del Weimar, sus padres le imbuyeron de una ideología libertaria y una tendencia al activismo que le forzaron a emigrar a París en 1933 para mantenerse alejada de la lupa del káiser.

Allí, la joven Gerta repartió el tiempo entre los cafés de Montparnasse y su trabajo de secretaria en la agencia Alliance Photo. Los primeros le brindaron una buena agenda de contactos, pero fue en esas oficinas donde descubrió su verdadera vocación.

En una de estas reuniones, Taro conoció al hombre que le acompañaría hasta el final de su vida: el húngaro de ascendencia judía Endre Friedmann. El fotógrafo tenía madera de leyenda, pero le faltaban unos remiendos a nivel de imagen y estrategia que ella le confeccionó con soltura.

Su conocimiento de la industria era lo suficientemente amplio como para saber que dos veinteañeros judíos debían reinventarse a sí mismos si querían sobrevivir en una Europa antisemita.

Ella escogió Gerda Taro por su ortografía básica, fácil de pronunciar y su sonoridad parecida a la de Greta Garbo. Para él se inventó la identidad de Robert Capa, un rico fotógrafo estadounidense, muy exitoso y recién llegado a Europa. "Era importante que Capa, al ser un pez gordo, aceptase nada menos que el triple del precio actual de su trabajo", cuenta Jane Rogoyska.

Así se forjó un mito al que Taro no solo contribuyó con la idea del nombre y de los trajes caros, sino con su propio dominio detrás de la cámara, aunque tardase muchos años más en ser reconocido.

El pequeño zorro rojo

En aquel momento, España era el lugar ideal donde forjarse una buena reputación en prensa e incluso grandes fortunas, lo que decidió a la pareja a desplazarse hasta Madrid. En su caso, y a diferencia de otros más materialistas como Hemingway y Martha Gellhorn, les movió también la injusticia social, el antifascismo y sus ideales revolucionarios. Por eso la trinchera republicana de la Guerra Civil resultó ser el mejor de los destinos.

Durante años se extendió el rumor de que Gerda Taro se quedaba en las grandes ciudades, mientras que Endre (o Robert) trabajaba como un animal en el campo de batalla. Algo que, como dice Rogoyska, está muy lejos de la realidad. "En ningún caso fotografió más a niños o a otras mujeres. Ella estuvo tan presente en los escenarios de combate y en las operaciones militares como él", reivindica la escritora.

"Taro participó en gran medida en la Guerra Civil española. Era una apasionada y estaba muy preocupada por el sufrimiento del pueblo español. Era una especie de celebrity en Madrid, muy querida por los combatientes republicanos, quienes la apodaron Little Red Fox", cuenta Rogoyska. 

Gerda Taro solo usó el seudónimo compartido al comienzo de su estancia en España, ya que su compañero era el más conocido de los dos y les interesaba para vender las fotografías. Sin embargo, pronto comenzó a firmar sus propias instantáneas como Taro.

Aún así, y como descubrió la maleta mexicana en 2008, ella tuvo tiempo suficiente para disparar cientos de negativos como Robert Capa. Ese tesoro en forma de valija incluía más de 4.000 fotografías que ayudaron, décadas más tarde, a desligar la figura de Taro de la sombra alargada de su contraparte masculina. 

"Es difícil afirmarlo, pero es bastante probable que todavía hoy haya imágenes de Gerda Taro mal atribuidas a Robert Capa (el hombre)", se aventura Rogoyska. No en vano, Capa cubrió cinco guerras más tras la desaparición de su otra mitad y cofundó la influyente agencia Magnum antes de morir en 1954.

Invisibilizada por joven, mujer y comunista

Existen muchas razones por las que Gerda Taro no es tan conocida como se merece, a pesar de la maleta mexicana. "Una de las principales es que su carrera fue muy corta. Solo tomó fotografías de forma profesional al comienzo de la Guerra Civil, en agosto de 1936, y murió justo un año más tarde", dice Jane Rogoyska.

Después de su fallecimiento, una combinación de diferentes factores conspiró para hacerla invisible: el hecho de que la Guerra Civil fuese inmediatamente seguida de la Segunda Guerra Mundial; que Franco destruyese el trabajo muchos fotógrafos del bando republicano; y que su asociación con el comunismo, al menos en Occidente, no resultase interesante.

Rogoyska no cree que esta invisibilización, por tanto, se deba solo al hecho mismo de ser mujer. También destaca que, aunque la amó incondicionalmente hasta el final de sus días, Robert Capa no facilitó la labor de atribución.

Gerda Taro no fue ninguna amateur. Captó grandes instantes "lo suficientemente cerca", e incluso murió preocupada únicamente por el estado de sus cámaras. Para su biógrafa, "no solo era una fotógrafa talentosa, sino la primera fotoperiodista de guerra que murió en plena acción. Su historia es extraordinariamente dramática pero también sigue siendo relevante hoy en día", concluye.

Taro demostró la "solvencia" a corto plazo de firmar con un seudónimo masculino, pero también el riesgo de que tu legado vital sea engullido por el de un hombre con más medios, más publicidad y, sobre todo, con mucho más tiempo. 

La imagen que podría mostrar por primera vez el cadáver de la fotoperiodista de guerra Gerda Taro

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Gerda Taro murió el 26 de julio de 1937, mientras volvía de la batalla de Brunete en la Guerra Civil española. Cayó de su carro, un tanque la atropelló y provocó la primera muerte de una fotoperiodista en una guerra, pero no había imágenes que documentaran ese fallecimiento. Hasta ahora.

Un exmilitar británico, John Kiszely, publicó esta semana en Twitter una foto de su padre, que fue médico de las Brigadas Internacionales en la Guerra Civil, tal y como ha recogido Univision Noticias. "Acabo de desenterrar esta foto de un joven médico de las Brigadas Internacionales en la Guerra Civil española, en 1937: mi padre", dijo Kiszely, sin reparar inicialmente en el cuerpo al que atendía el doctor.

Fue un usuario de Twitter quien le respondió diciéndole: "John, creo que la mujer es Gerda Taro, la pareja del mítico fotógrafo Robert Capa. Murió cuando su coche chocó con un tanque mientras volvía de la Batalla de Brunete el 26 de julio de 1937. ¿Puede ser?". Entonces Kiszely respondió: "Sí. Detrás de la foto está escrito 'Mrs. Frank Capa, Brunete'. ¡Buen trabajo de detective!". Dos días después, el exmilitar publicó esa anotación.

Gerda Taro nació como Gerda Pohorylle en Alemania en 1910, de origen judío, y en 1933 huyó de su país a París. Allí conoció al fotógrafo húngaro André Friedman, se convirtió en su asistente y crearon el seudónimo Robert Capa, con el que firmaban trabajos de ambos.

La pareja documentó con sus impactantes imágenes la Guerra Civil española, sin que se pueda distinguir cuáles hizo él y cuáles son de ella. Cuando se distanciaron, Friedman siguió firmando como Robert Capa, mientras que Gerda Pohorylle adoptó el seudónimo de Gerda Taro. Fue una de las pocas mujeres fotoperiodistas en cubrir una guerra y la primera que murió en el frente, pero no podemos saber cuáles de las míticas imágenes atribuidas a Robert Capa fueron capturadas por ella.


Misterio resuelto: un audio del médico de la fotografía confirma que es Gerda Taro

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Toda buena historia necesita un colofón, y nada mejor que la prueba definitiva de que esa historia era cierta. Hace unas semanas, una foto de la Guerra Civil española dio la vuelta al mundo a través de Twitter.

El exmilitar británico John Kiszely publicó una antigua instantánea de su padre, médico de las Brigadas durante el conflicto, en la que atendía a una joven cubierta de sangre.

La red social enloqueció, ¿no se trataría de Gerda Taro? La fotoperiodista falleció en Brunete al ser atropellada por un tanque mientras trabajaba en el frente. Kiszely ni siquiera había reparado en el cuerpo, o en que podría estar ofreciendo al mundo un momento histórico.

Fue un usuario de Twitter quien le respondió diciéndole: "John, creo que la mujer es Gerda Taro, la pareja del mítico fotógrafo Robert Capa. Murió cuando su coche chocó con un tanque mientras volvía de la Batalla de Brunete el 26 de julio de 1937. ¿Puede ser?". Entonces Kiszely respondió: "Sí. Detrás de la foto está escrito 'Mrs. Frank Capa, Brunete'. ¡Buen trabajo de detective!".

La versión fue confirmada, aunque con escepticismo, por gran parte de los expertos en la figura de Taro como Jane Rogoyska, que afirmó que "es plausible pero necesita  investigación". Sin embargo, hace dos días TVE rescataba un testimonio del ahora célebre doctor Kiszely que ratificaría cualquier hipótesis. 

"Mirando hacia atrás, recuerdo con interés que llegó a mis manos una mujer herida, casi muerta, aunque no tenía ni idea de quién era ella. Descubrí más tarde que era la esposa del famoso fotógrafo Robert Capa", confirmó el propio Kiszely en 1992. El audio pertenecía hasta ahora al archivo privado del Museo Imperial de la Guerra de Londres, que lo ha hecho público a partir de las negociaciones con la cadena.

"Ella era periodista, reportera. Pero no tenía ni idea de cómo se llamaba cuando me tomaron la foto limpiándole la sangre de la cara. Cuando el cuerpo llegó estábamos rodeados de bajas, había muchísimo trabajo y me tuve que poner manos a la obra. En ese momento no te puedes parar a pensar en si es Gerda Taro", decía sobre su "recuerdo especial" en la guerra.

Por la justicia tardía

Como aclaraba Jane Rogoyska, autora del libro Gerda Taro: inventing Robert Capa, a este periódico, "Taro no era la mujer de Robert Capa. Nunca estuvieron casados". De hecho, hasta el descubrimiento de una maleta llena de fotografías, su figura apenas era recordada como la compañera sentimental de Capa (el húngaro nacido como Endre Friedmann).

Gerda Taro fue la ideóloga del seudónimo que ambos usaron para firmar sus fotos, aunque solo fuese él quien pasó a la historia. También fue la primera fotoperiodista que murió en el campo de batalla y la artífice de cientos de instantáneas atribuidas por error a su contraparte masculina.

El valor histórico de esta anécdota publicada por John Kiszely es innegable, pero quizá sea aún mejor el simbólico, el de la justicia tardía. Esa que ayudó, una vez más, a rescatar la figura invisibilizada de Gerda Taro y a reconocerle un trabajo que realizó con pasión hasta sus últimos minutos de vida. 

Marisol, la obrera de la cultura que vendió sus premios franquistas para ayudar al comunismo

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Resulta difícil escribir sobre Marisol (Málaga, 1948), el nombre artístico de Pepa Flores, sin caer en el formato propio de las revistas del corazón. Al fin y al cabo, la niña prodigio del cine de la época franquista atrajo al público tanto por su trabajo como por su vida personal. Protagonizó cientos de portadas desde su debut hasta su retirada de la vida pública con 37 años, decisión que también generó montones de titulares y programas especiales.

Lo fácil es encontrar un motivo para recuperar su figura. Sin ir más lejos, la efeméride de su 70 cumpleaños este 2018, aunque es mucho más interesante su aparición en el disco que el sello Ace Records! publicó el pasado enero.

Se trata del recopilatorio Beat Girls Español! 1960s She-Pop From Spain, que lleva como subtítulo: "El lado femenino del pop español, incluídos algunos ejemplos del Sonido Torrelaguna" (característico de los arreglos de las canciones del sello Hispavox, situado en la calle Torrelaguna, en la época de Rafael Trabucchelli como director. Es decir, lo ye-yé).

En el volumen aparecen artistas como Concha Velasco, Rocío Dúrcal, Sonia (con una histórica versión en castellano del Get Out Of My Cloud de The Rolling Stones) y, por supuesto, Marisol.

Sus dos canciones poco tienen que ver con la niña rubia de Ha llegado un ángel y mucho con la artista adulta que llegó a ser: la archifamosa Corazón Contento y una versión desenfrenada de La Tarara, que interpreta en su película Las cuatro bodas de Marisol. La escena en la que la representa poco tiene que envidiar al mejor Tarantino.

Instrumento del franquismo

Es el primer filme -el sexto de su filmografía- en el que se escucha su singular voz ronca y su imagen empieza a corresponderse con la de la joven de 20 años que es. Los esfuerzos de Manuel Goyanes, el productor que la llevó al estrellato, por mantener en la infancia a aquella mina de ojos azules que tanto dinero había generado ya no servían.

Fue la penúltima película de su etapa adolescente. En 1968 protagonizó junto al torero Palomo Linares, Solos los dos y se convirtió en 'mujer' a ojos del público. De paso, en el mismo año se casó con Carlos Goyanes, hijo del productor (que décadas después caería en la redada de la Operación Nécora) y con el que había convivido desde niña. Su 'hermano' se convirtió en su marido, un cambio de roles un tanto truculento pero rentable. La boda se convirtió en uno de los eventos más sonados del momento, con hordas de fans en la entrada de la iglesia y cientos de hojas de papel couché con ella vestida de blanco.

La actriz representaba en aquel momento el papel de esposa feliz que acataba y difundía los valores del régimen con alegría. Según su biografía autorizada (T&B editores, 2008), firmada por Javier Aguilar y Miguel Losada, Marisol llegó a declarar ante la prensa: "No sé si seguiré trabajando después de la boda porque pienso que la responsabilidad económica del hogar ha de recaer sobre el hombre. Si Carlos me manda que deje el cine, estoy dispuesta a hacerlo aunque preferiría seguir con mi carrera". Dos años después se separaron y el matrimonio se anuló en 1973 por 'inmadurez de ambos'.

La prehistoria del #Metoo

Poco había de verdad en todo aquello. Muchos años antes de que estallara el caso de Harvey Weinstein, Pepa Flores ya había hablado públicamente de los abusos que había sufrido desde que empezó en el mundo del cine siendo una niña. La periodista Pilar Eyre recuperó hace poco las declaraciones de la artista hizo a la revista Interviú hace décadas y que no levantaron ningún movimiento parecido al #MeToo. "A los ocho años no era la niña angelical que todo el mundo creía… ya estaba más sacudida que una estera", por ejemplo.

Esa misma revista llegó a vender un millón de ejemplares con una portada que ya ha pasado a la posteridad: el desnudo de Marisol. La niña rubia del franquismo convertida en icono sexual al posar sin ropa para el fotógrafo César Lucas. Fue en 1976 y la publicación llevaba en su interior un artículo titulado "Marisol: el bello camino hacia la democracia". Se libraron del secuestro por los pelos, aunque el fotógrafo tuvo problemas con la justicia hasta 1981, cuando le absolvieron de los cargos por atentado a la moral y escándalo público.

El verdadero problema es que la protagonista del retrato nunca dio el consentimiento para su publicación. Aquellas fotos se tomaron en 1970, por encargo de Carlos Goyanes "parece ser que con el fin de que las viera el director italiano Bernardo Bertolucci, con los ojos puestos en que Marisol trabajara con él y con el actor Alain Delon en una película. La sesión fotográfica había costando 90.000 pesetas", aseguran Aguilar y Losada en su libro.

Pepa Flores nunca denunció ni a Lucas ni a la revista, pese a que habían vuelto a utilizar su cuerpo sin su aprobación. La imagen ha sido una de las más lucrativas de la publicación. En 1991 recuperaron la portada con motivo de su 15 aniversario y fue la última que llegó al quiosco antes del cierre de la revista el pasado mes de enero.

Activismo paralelo

Curiosamente, la biografía de Pepa Flores guarda similitudes en algunos momentos con la de Jane Fonda aunque, de entrada, pueda parecer improbable. La norteamericana también tuvo que hacer esfuerzos para librarse del dichoso cartel de ‘mito erótico’ que le colgaron después de protagonizar Barbarella (Roger Vadim, 1968) vestida con el mítico bikini diseñado por Paco Rabanne.

A ambas les costó que las tomasen en serio profesionalmente pero también supieron sacarle partido a aquellos prejuicios. Fonda ganó mucho dinero con sus famosísimos vídeos de Aerobic Jane Fonda’s Workout que ‘ayudaban’ a las mujeres del mundo a conseguir un cuerpo como el suyo (y lucir así su propio bikini). Lo que no sabían sus seguidoras es que el dinero recaudado iba destinado a apoyar a las causas políticas en las que participaba.

Por su parte Marisol vendió los premios de oro que le habían otorgado en las fiestas del Caudillo en La Granja cuando aún era un instrumento perfecto de la dictadura, para apoyar a la izquierda española de la época. Se había implicado en el comunismo en la época en la que empezó su relación con Antonio Gades y, como personajes públicos, lideraron muchas de las protestas de la última época del franquismo y de la democracia. Gades y ella se casaron en Cuba en 1982 con Fidel Castro como padrino.

Llegaron a llamarla ‘La niña de Moscú’, estuvo afiliada al Partido Comunista y al Partido Comunista de los Pueblos de España y ella misma se declaró: "Una obrera de la cultura. Me fusilarán antes que traicionar a mi clase".

Cumplió con su palabra y en 1985 protagonizó su última película Caso Cerrado, dirigida por Juan Caño. Fue la segunda en la que salió acreditada como Pepa Flores, después de Carmen (Carlos Saura, 1983). Poco tiempo después desapareció de la vida pública y se mudó a Málaga, el sitio de dónde venía. Viajó por todo el mundo, conoció a gente como Audrey Hepburn, Ann- Magret o Harpo Marx, compartió pantalla con Mel Ferrer y Jean Seberg y trabajó bajo las órdenes de Juan Antonio Bardem y Mario Camus, pero se hubiese cambiado por cualquiera de los que soñaban su vida desde sus casas.

Sexo, drogas y religión: la secta hindú que colonizó un pueblo estadounidense

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1981, Oregón. Antelope, un pequeño pueblo situado en mitad de la nada con unos 50 habitantes, una oficina de correos, una escuela y una iglesia, se preparaba para recibir a miles de personas que romperían aquel clima "apacible" con el que su alcalde, John Silvertooth, describía el lugar. "Ya vienen, y eso causará un gran problema", le indicaron. Las advertencias se quedaron cortas.

Bhagwan Rajneesh, más tarde conocido como Osho, llegaba al lugar en un Rolls Royce blindado ante la atónita mirada de los pueblerinos que allí vivían. Junto a él, cientos de personas con túnicas naranjas que se comportaban de un modo extraño y veneraban su figura, como si de un mismísimo dios se tratara.

De hecho, es lo que era considerado: un líder sobrenatural en busca de "un nuevo hombre" que no es cristiano ni mahometano, sino alguien capaz de "vivir en armonía con el resto, sin nacionalidad, con espiritualidad y alejado del materialismo". Era el comienzo de una religión new age, el movimiento Osho.

Con documentales como Making a murderer o Going Clear: Scientology and the Prison of Belief pudimos comprobar que el terror y el miedo no solo son propios de la ciencia ficción. En ocasiones, lo más sorprendente e ilógico se encuentra en casos que aunque no lo parezca existieron de verdad. Con Wild Wild Country Netflix repite la jugada.

En solo seis episodios, de aproximadamente una hora cada uno, vemos cómo una historia de culto al líder termina convirtiéndose en un relato oscuro de engaños, atentados e intentos de asesinato. Fue el inicio de una ciudad utópica, una que miles de fieles apodados como sannyasin construyeron obedeciendo las órdenes de su profeta.

"No sabíamos que estábamos ante el caso más intoxicante de Estados Unidos, donde más escuchas se realizarían y ante el mayor fraude de inmigración", confiesa un miembro del FBI en el reportaje. Antelope pasó a ser la comunidad Rajnishpuram, un enclave internacional meca del hinduismo y las psicoterapias, de la meditación y de la espiritualidad, pero, sobre todo, del fanatismo.

"Me han acusado de una lista interminable de crímenes atroces, pero no han matado mi espíritu", afirma con rotundidad Ma Anand Sheela, secretaria del maestro espiritual Osho y cabeza pensante de la organización religiosa. Fue responsable de organizar el colectivo como si de una gran multinacional se tratase, con capacidad para la autogestión y promoción de un movimiento que atrajo a personas de todo el mundo sin distinción de raza ni clase.

De fenómeno local al reconocimiento mundial

Bhagwan Rajneesh fue un gurú hindú crítico con Gandhi y las religiones ortodoxas por considerarlas represivas y materialistas. El "sabio" propone algo nuevo, una religión que se adapta a la vida del individuo sin afectar a su ámbito privado, que "no reprime el sexo como ha hecho las tradiciones", sino que lo transforma en algo "más libre". Precisamente por ello, se ganó el apodo de "el gurú del sexo".

A partir de 1962 empezó a dirigir campos de meditación que, poco a poco, fueron ganando más adeptos. Aquella promesa revitalizadora y exótica se convirtió no solo en una atracción turística, sino en el germen de toda una nueva civilización regida por sus propias reglas y valores.

Ejemplo de ello es Jane Stork, una fiel creyente que también aparece en Wild Wild Country. Esta australiana decidió buscar una solución a sus problemas matrimoniales acudiendo a "un psicólogo" poco convencional. La solución a sus males, según este, pasaba por lo que definía como meditación dinámica. Es decir, un extraño baile seguido de saltos y gritos similares al minuto de odio visto descrito por Orwell en 1984. Después del caos, la "liberación". Stork, sin ser demasiado consciente de ello, acabó metiéndose en una secta.

"Es una conexión que va más allá de la familia, es el amor", indica en el documental quien poco después se convertiría en abogado de la Fundación Internacional Rajneesh. Al igual que Stork, decidió ir a Bombay para ponerse en manos de la deidad y abandonar aquella "vida tradicional y mundana" de la que ya estaba cansado.

Osho hablaba de espiritualidad, capitalismo y sexualidad, era todo un revolucionario que como las mejores estrellas de rock conseguía llenar estadios con 30.000 personas. Pero para él, no eran suficientes. Por ello, un día decidió abandonar la India para expandir su nueva comunidad en un lugar apropiado: Estados Unidos. ¿La responsable de hacerlo? Anand Sheela. Después de valorar distintas localizaciones, decidieron que "el país de la libertad y las oportunidades" era el adecuado porque su Constitución recoge el derecho a practicar una religión.

Lo primero era disponer de una superficie lo bastante enorme como para crear una nueva ciudad, y las 32.000 hectáreas del rancho Big Muddy, situado en Antelope (Oregón), parecían más que suficientes como punto de partida. No importaba que estuviera lleno de colinas ni el terreno escarpado y rocoso. Todo el trabajo estaba ahora en manos de los sannyasin y de Osho, que se dirigió al lugar en un avión 747 con toda una planta reservada para él.

Orange is the new Osho

No queremos hacer spoilers de Wild Wild Country, pero adelantamos que la gran marea de adeptos naranjas no se contentó con dominar el rancho. Comenzaron a tener problemas con el pueblo y se hicieron con la cafetería, la oficina de correos o incluso con su propio cuerpo de seguridad.

De hecho, las pretensiones fueron incluso más allá y en 1984 se presentaron a las elecciones del condado de Wasco. Desde luego, no de forma democrática: fueron responsables de un ataque bioterrorista que provocó la intoxicación de 751 personas. ¿La intención? Incapacitar a gran parte de los votantes para vencer en las urnas. No obstante, esta fue solo una de las muchas prácticas llevadas a cabo por una secta convertida en grupo terrorista.

El de Bhagwan Rajneesh es un claro caso de lo que Max Weber define como "carisma rutinizado", conseguido a través de la burocraticación. Al igual que ha ocurrido en regímenes totalitarios como el nazismo, la burocracia se convierte en el instrumento perfecto para legitimar actos de dominación de un líder.

Los cuadros del gurú, su aspecto de sabio o incluso la propia indumentaria naranja son elementos de una gran maquinaria para construir una figura mitificada, frente a la que se actúa con fe ciega. Hasta tal punto que, como refleja Wild Wild Country, algo presentado como comunitario y trascendental acaba respondiendo a intereses privados sin importar quién se interponga por el camino.

Sheela, la líder de una secta acusada de fraude e intento de asesinato, estrella de un festival en Barcelona

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La fascinación que ejercen los personajes turbios es legendaria. Desde aquellos reales como Charles Mason a otros de ficción como Walter White o Tony Soprano, todos se han grabado en la retina y han dado lugar a variados tipos de productos culturales. Nos atraen y nos provocan rechazo, pero se quedan ahí como si siempre quisiéramos saber algo más de ellos.

La última en ocupar este lugar es Sheela Birnstiel (Baroda, India, 1949), más conocida como Ma Anand Sheela, o simplemente, Sheela. Ella es la protagonista del documental Wild Wild Country, estrenado en Netflix y que narra cómo la secta del gurú espiritual y maestro del 'amor libre' indio Bhagwan Shree Rajneesh (Osho) se instaló en 1981 en medio de la nada -esto es, en medio de un casi despoblado estado de Oregón (EEUU)- arrastrando a miles de personas y provocando el caos en el pequeño pueblo de Antelope, cuya población blanca y cristiana se puede asemejar bastante a la de los personajes de la película Tres anuncios en las afueras.

Después de años de enfrentamiento con los habitantes del pueblo, al que cambiaron el nombre por el de Rashnishpuram y por el que llegaron a circular hasta con fusiles AK-47, en 1985 la historia, por supuesto, acabó mal: Sheela, que era la secretaria del gurú, pero con una presencia de lideresa casi mayor que la de él, acabó acusada por las autoridades de intento de asesinato, envenenamientos con salmonela y fraudes de inmigración.

Sheela, que cumplió una pena de cárcel de dos años y medio, vive desde hace años en Suiza, donde administra residencias que se encargan del cuidado de ancianos y de personas con discapacidad. Este 11 de mayo acudirá al Festival Primera Persona de Barcelona, y el anuncio de su llegada no dejó indiferente a nadie en las redes sociales. Fueron más los que lo aplaudieron, entusiasmados ante la idea de poder escuchar a una persona que, cuando se habla en el documental, puede ejercer un gran poder de atracción por su elocuencia transgresora. Sin embargo, también hubo críticos que quisieron señalar la controversia del personaje y la responsabilidad que pudo tener en las acusaciones de prostitución e incluso violaciones.

"Nosotros no tenemos ninguna intención de convertirla en icono pop ni nada por el estilo, sino que nos parecía interesante, al igual que te puede fascinar el personaje oscuro de una novela", explica el escritor Miqui Otero, organizador del Festival junto a Kiko Amat.

Otero reconoce que cuando decidieron contar con Sheela para que también subiera al escenario a contar su experiencia vital, tal y como se hace habitualmente en este festival, también se plantearon las dudas que podía conllevar. "Hicimos toda la reflexión sobre qué suponía traer un personaje tan controvertido. En el documental se explican todos los episodios, aunque hay cosas que quedan fuera por la propia narrativa… Pero como ha dado tantas entrevistas, nos pareció que podía estar en el escenario y que era una buena historia para explicar aquí", insiste.

Algunos usuarios de las redes recordaron que quizá hoy no sucedería lo mismo con otros personajes polémicos. Y por la cabeza revolotean nombres como el de Roman Polanski que incluso acaba de ser expulsado de la Academia de Hollywood.  "Esa reacción, cuando hay un personaje de estas características es entendible", reconoce.

Añade que "algunos quisieron matizar que no era tanto que se programara el personaje, sino que fuera una cuestión acrítica. Y no lo es".

"Tiene ese punto polémico, pero es que no es nuevo. No es alguien que esté escondido. Rodó horas y horas de entrevistas, y la nuestra es una más de las entrevistas. Y hay que pensar que han pasado 40 años y que lleva años viviendo en Suiza", sostiene Otero.

Desde el Festival aseguran que lo que se pretende, es dar voz a un personaje que ha causado sensación. Una mujer en un mundo lleno de fanatismo, que alcanzó un inmenso poder y que "fascina por la elocuencia que demuestra para defender ideas por las que no tienes simpatía alguna", argumenta el escritor.

También se dará la oportunidad para hablar de un documental que no ha dejado indiferente ni a la crítica ni a los espectadores. "Tiene esa capacidad de generar fanatismos a través de una estética, muestra a personas elocuentes y muy carismáticas, y también cómo el fanatismo genera un fanatismo de vuelta. El pueblo Antelope reacciona con su fanatismo cristiano, con otros valores pero muy agresivo por momentos. Eso es muy interesante también", remata el escritor. 

De momento la expectación es máxima y ya se han acabado las entradas para la jornada que protagonizará en el festival junto a Tom Gauld. Más a partir del día 11 de mayo.

Dime qué serie ves y te diré qué tres libros leer

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Después de ver El cuento de la criadaresultaría lógico acudir al libro de Margaret Atwood para conocer la historia a través de su ideóloga (sobre todo cuando la serie se permite tantas licencias como esta). Pero la mayoría de las veces lo que nos apetece es descubrir algo nuevo, abrir una obra libre de spoilers y disfrutar trasladándonos a una nueva fantasía. Listas de libros que fueron adaptados a la pequeña pantalla hay muchas, por eso se nos ha ocurrido una vuelta de tuerca. 

¿Y si, atendiendo a nuestras preferencias seriéfilas, nos recomendasen una lista de títulos distintos y que a su vez guarden ciertas similitudes?

Por limitar las opciones, hemos elegido 10 series actuales que representan todo tipo de gustos, algunos directamente antagónicos. Hay animación gamberra, comedias millennial, distopías feministas, históricas y fantásticas. Por cada una, tres libros (muchos recién llegados a los catálogos de las editoriales, aunque no faltan los clásicos). ¿Encuentras la tuya?

  • Yo, robot, Isaac Asimov (Edhasa). Si hay que hablar de Westworld y de literatura, es imposible no hacer referencia a los relatos que marcaron los principios de las leyes de la robótica tal y como los conocemos hoy en día. ¿Pueden las máquinas, como en la serie, revelarse contra sus creadores? Mucho de esto ya lo planteó Asimov en 1950.
  • Quédate este día y esta noche conmigoBelén Gopegui (Penguin Random House). Parece el parque de Robert Ford, pero es el presente. El big data, la dominación de los gigantes tecnológicos, la inteligencia artificial… Todo ello en una novela que explora estos temas en el momento más oportuno: en pleno escándalo con Cambridge Analytica.  
  • Ghost in the shell, nostalgia de la encarnación, Aarón Rodríguez Serrano (Shangrila). Del mismo modo que Dolores Abernathy se cuestiona su existencia, el anime de Mamoru Oshii plantea interrogantes sobre la normalización de los implantes cibernéticos. Rodríguez desgrana cada detalle, y su texto resulta fundamental para interpretarlo sin tener cortocircuitos.

  • 10 ingobernables. Historias de transgresión y rebeldía, June Fernández (Libros del K.O). La editora de Píkara construye un mapa de testimonios que une a través del hilo común del inconformismo. Son mujeres de un lado y otro del Atlántico que decidieron salirse de la norma y complicarse la vida antes de claudicar, justo como Defred. 
  • Las cárceles que elegimos, Doris Lessing (Lumen). La Nobel nos contagia la necesidad de cuestionar las convicciones políticas y morales que marcaron el siglo XX y nos emplaza a cultivar un pensamiento crítico individual como única manera de hacer frente a los axiomas heredados del pasado. Cualquiera diría que es el ensayo que leyeron las criadas justo antes de su despertar.
  • El poder, Naomi Alderman (Roca Editorial). Es la protegida de Atwood y con esta obra engrosa la lista de autoras feministas y postapocalípticas. Aquí son ellas quienes mantienen a los hombres a raya a través de unos superpoderes que despiertan a la par que su sexualidad por culpa de una mutación genética. Perfecta para devorar tras El cuento de la criada.

  • Sheila Levine está muerta y vive en Nueva York, Gail Parent (Libros del asteroide). Escrita en 1972 y recién reeditada, se trata de la carta de suicidio de una chica judía, neoyorquina y gordita porque sigue soltera a los 31 años. Si la leemos desde un punto de vista satírico, reconoceremos la hilarante prosa de Parent en el hastío vital y reaccionario de las chicas de Girls. Como una suerte de abuela molona que contagia su rebeldía a las nuevas generaciones.
  • Apegos feroces, Vivian Gornik (Sexto Piso). Una Gornick madura camina con su madre, ya anciana, por las calles de Manhattan. Entre recuerdos y reproches, la primera intentará encontrar su lugar en el mundo. Un título maravilloso que complementa a la pieza angular de Girls: la maternidad. 
  • Que alguien se acueste conmigo, por favor, Gina Wynbrandt (Reservoir Books). Se describe como una novela gráfica delirante y fresca sobre el tedio inherente a los millenials, la frustración sexual y Justin Bieber. A través de un humor no apto para sensibles y muy parecido al de Lena Dunham, Wynbrandt aborda los aspectos más intrascendentes y traumáticos de la juventud moderna.

  • Salvaje Oeste, Juan Tallón (Espasa). Quizá es el que menos relación guarda con la serie, pero lo nuevo del periodista Juan Tallón es un retrato fantástico para entender la hegemonía económica en nuestro país, justo la que pretenden derribar los atracadores de La casa de papel. En esta historia también hay ladrones, solo que esta vez son de los que llevan corbata.
  • Nosotros contra el mundo, Stefan Thungsberd (Suma de letras). Fueron los ladrones de bancos más violentos y audaces de Suecia, y los tres pertenecían a la misma familia. Años más tarde, el hermano pequeño de la casa y el único que se negó a ingresar en la banda criminal coescribió su historia, que se convirtió en un éxito instantáneo en su país. 
  • Confesiones de un gángster de Barcelona, Lluc Oliveras (B de Books). Es un retrato excepcional de la vida delictiva de la Ciudad Condal de los años setenta y ochenta, y del sistema penitenciario en la época de la Transición. Oliveras nos la presenta a través de Soto, álter ego de Dani el Rojo, mítico delincuente de la Barcelona underground del momento.

  • Egidio, el granjero de Ham, J.R.R Tolkien (Minotauro). Hay Tolkien más allá de El señor de los anillos, aunque este libro se considera en parte una parodia de sus otras obras. El granjero Egidio, como Bilbo, Frodo o Sam, es un auténtico antihéroe, y su destino cambiará cuando se encuentre con el dragón Crisofilax. No son los de Daenerys, pero puede servir.
  • El rey del invierno: crónicas del señor de la guerra, Bernard Cornwell (Marlow). Es uno de los autores más celebrados del mundo en novela histórica de aventuras. En esta saga, Cornwell describe el contexto medieval del que bebe también Juego de Tronos. Además, hay quien asegura que HBO Reino Unido está barajando apadrinarla como serie en el futuro. ¿Será Arturo el esperado relevo del Rey en el Norte?
  • Historias de terramar, Ursula K.Leguin (Planeta). Cualquier oportunidad es buena para incluir a la legítima dama de la fantasía en una lista de libros. Su saga de cinco novelas más famosa ha sido injustamente relacionada con el público juvenil, aunque la crítica coincide en que es un universo literario tan sólido como el de Tolkien y mejor que el de George R.R Martin.

  • La leyenda del ladrón, Juan Gómez-Jurado (Planeta). El autor afirma que la serie de Alberto Rodríguez está copiando a su libro. La peste, niños ladrones, la coincidencia de las tramas… Ya sea casualidad o no, lo único que queda claro es que la Sevilla del siglo XVI puede ser descubierta de muchas maneras.
  • La plaga, de Ann Benson (Debolsillo). Aunque La peste nos traslada a un tiempo pasado, donde la pobreza y los escasos avances médicos impedían combatir la pandemia, Benson lleva la problemática al siglo XXI. En esta distopía, los antibióticos no son capaces de combatir la misma bacteria que tiempo atrás arrasó con un cuarto de la población mundial.
  • El jinete pálido, Laura Spinney (Planeta). Pero la peste, por desgracia, no es la única enfermedad epidémica propagada a nivel mundial. La siguiente más popular fue la conocida como "gripe española", que en solo un año mató entre 20 y 40 millones de personas y que en los libros de historia no siempre tiene toda la importancia que debería.

  • Mi novio caballo, Xiomara Correa (Reservoir Books). Animales con alma humana y frustrados por preocupaciones mundanas. Los paralelismos entre el cómic de Correa y la serie Bojack son más que evidentes, y no solo porque su protagonista sea un caballo, también por el humor ácido, otras veces simple, del que viven sus personajes.  
  • Coyote Doggirl, Lisa Hanawalt (Drawn and Quarterly). La ilustradora de Bojack también desarrolla sus proyectos más allá de la serie animada. ¿El próximo? Un personaje mitad perro y mitad coyote, descarado y valiente, pero también un luchador que añora una vida mejor. Su lanzamiento está previsto para el próximo mes de agosto, pero mientras tanto también es buena oportunidad para repasar anteriores historietas de Hanawalt, como My Dirty Dumb Eyes.
  • Idiotizadas: Un cuento de empoderhadas (Planeta), Raquel Córcoles. El sarcasmo con tintes dramáticos de Bojack es, en gran medida, responsable de su éxito. Esa misma sátira también aparece en la obra de Moderna de Pueblo, que transforma a las princesas convencionales en Zorricienta o Gordinieves para desaprender aquello que no nos deberían haber enseñado.

  • La semilla del odio, Mónica G. Prieto y Javier Espinosa (Debate). Todo comienza en 2002, cuando Prieto llega a Irak tras las amenazas del presidente Bush después de los ataques del 11S. Ella y Espinosa revisan en su segundo libro la historia reciente de la región más convulsa del mundo para esclarecer las causas que originaron el conflicto.
  • La era de la yihad, Patrick Cockburn (Capitán Swing). Escrito a modo de diario y artículos entre 2001 y 2015, el autor presenta los acontecimientos desde una doble óptica: primero, desde la descripción "de lo que está pasando"; y segundo, desde una "explicación retrospectiva". Perfecto para complementar al anterior, pero con mayor peso sobre el 11S.
  • Cartas a un joven musulmán, Omar Saif Ghobash (Seix Barral). Tanto el autor como su mujer se muestran inamovibles en una cosa: su deseo de no criar a sus hijos en el odio en un siglo XXI marcado por un escenario herido por los atentados en todo el mundo, las políticas islamófobas de políticos como Trump o Le Pen y los mensajes mesiánicos hacia una juventud musulmana que sufre el paro y escasa escolarización.

  • Ready Player One, Ernest Cline (Ediciones B). Los Cazafantasmas, E.T., Star Wars… Si Stranger Things es un continuo riachuelo de referencias a la década de los 80, la obra de Ernest Cline tampoco se queda atrás. Recientemente adaptada por Spielberg a la gran pantalla, la aventura de Wade Watts destaca sobre todas las cosas por jugar con un elemento muy poderoso: la nostalgia.
  • It, de Stephen King (Debolsillo). No hay Demogorgon, pero su papel lo ocupa un despiadado payaso con cierta predilección por adolescentes. Al igual que en Hawkins, la responsabilidad de resolver el misterio recae sobre un grupo de niños que unen fuerzas para combatir el horror. Lo único, es que ellos no tienen la ayuda de Eleven.
  • Siempre hemos vivido en el castillo, de Shirley Jackson (Minúscula). La novela pone el foco Mary Katherine, una niña huérfana que vive en un pueblo junto a su tío y su hermana, acusada de envenenar al resto de la familia. Al igual que Eleven, es desplazada y juzgada como un "bicho raro" que nunca logra sentirse cómodo junto al resto de vecinos.

  • Narconomics, Tom Wainwright (Debate). ¿Cómo sobreviven los narcotraficantes? Wainwright repasa todas las estrategias monetarias tras una industria, la del comercio ilegal de drogas, que emplean tácticas heredadas de grandes multinacionales como McDonald's o Coca-Cola. Y, cuando la plata no funciona, como diría Escobar, siempre quedará el plomo.
  • Fariña, Nacho Carretero (Libros del K.O). La serie narra cómo orquestaron todo un sistema para exportar cocaína a EEUU. Pero, como indicó el propio carretero, se estaban olvidando de algo: el narcotráfico gallego que servía para introducir la droga en Europa. Eso sí, debido al secuestro cautelar de la obra, de momento, es imposible encontrarla en librerías.
  • Noticia de un secuestro, Gabriel García Márquez (Random House). El premio Nobel de Literatura narra la historia real de varios secuestros realizados por Los Extraditables, una organización derivada del Cartel de Medellín. A través de este intenso reportaje de 336 páginas, García Márquez describe a la perfección la crueldad de un narcoterrorismo que no atiende a leyes ni a ninguna clase de ética.
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